martes, 20 de junio de 2017

40 Años: El “quince años” del hombre adulto

La costumbre en algunos países de Latinoamérica cuando una niña cumple los quince es hacerle una fiesta apoteósica.  Muchos padres se gastan casi lo mismo que en una fiesta de matrimonio.  

La idea es probablemente resabio de una práctica tergiversada de nuestros ancestros modificada con el lujo y esplendor clasista de nuestros colonizadores.  No lo sé con seguridad. Probablemente estoy equivocadísimo.

Lo cierto es que, para los hombres adultos los primeros cuarenta años se esperan casi con la misma emoción de una quinceañera y por lo general las celebraciones son acorde: Música en vivo, reuniones mastodónticas con comida y bebida para todos hasta tempranas horas de la mañana o quizás aquí también me equivoque. 

Lo cierto es que al acercarme a los cuarenta lo único que se me ha ocurrido es escribir al respecto.

Cuando en 1995 cumplí dieciocho sentí que había alcanzado una meta.  En primer lugar tendría derecho a usar mi cédula; segundo, podría ejercer mi derecho de comprar y beber alcohol – exacto, antes de los 18 nunca consumí licor – y tercero, estaba el logro de superar la edad que enunciaba Alice Cooper en “I’m Eighteen”.

A los 20 por algún motivo sentí que debía celebrarlo en grande.  Lo hice organizando una fiesta con mi banda de rock en el garaje de mi casa.  Les pedí antes permiso a los vecinos por el ruido al que estarían sometidos inmisericordemente hasta altas horas de la noche. La estrategia funcionó porque nadie llamó a la policía.

Una década más tarde sentí la necesidad de que fuese una celebración de proporciones épicas, de nuevo. Convoqué a mis amistades a un bar donde te servían torres de cerveza. Pedí cuatro torres y que el resto del alcohol corriera de parte de mis invitados. 

Cuando terminó la celebración los que quedamos corrimos a otro bar donde mi hermano tocaba ‘covers’ de rock clásico. Fue una absoluta locura. El registro de fotografías en la era previa a tener una cuenta en Facebook documenta un piso lleno de vómito que nadie notó entonces. 

Hay una foto mía frente a la banda sonriente. Luego estoy en un sillón dormido al lado del guitarrista de la banda. Luego el mismo guitarrista está pisando el charco de vómito que – de nuevo – nadie había notado. 

Después aparezco dormido y a mi lado una chica desconocida. Ella pidió que tomaran la foto. Yo tengo los brazos extendidos en el sillón. Mi rostro inclinado hacia la izquierda. Mi cerebro en otro planeta.

Creo que cinco años después organicé un show con mi banda de rock.  Hicimos un set con temas propios y luego arremetimos con canciones de metal clásico, aquellas que más me gustan.  Recuerdo la estridencia, el licor, las risas y haber terminado en mi casa hasta muy temprano en la mañana. Esa vez no me dormí.

Ahora que se cumple otra década de aquella noche mi cabeza se quedó sin ideas.  Cada vez que me preguntan qué haré – tampoco es que me pregunte mucha gente – me quedo en blanco.  Lo único que se me ocurre es decir que preferiría unos tragos en un bar y nada más.

Sin embargo, tengo la intuición de que se espera más de mis cuarenta.  De hecho cuando mis amigos cumplieron los 40 hicieron grandes celebraciones.  De hecho la última celebración de cuarenta años en donde estuve se apareció el Presidente.  No creo que olvide esa fiesta tampoco.

Estar a la altura de las expectativas es difícil sobre todo cuando con cada año que pasa el concepto de cumplir años me genera pensamientos dispersos, confusos y contradictorios. 

Por un lado aún guardo una emoción infantil de recibir regalos y de que ese día, un día al año, debe estar dedicado a mí por completo.  

Me siento un animal egoísta con una euforia adolescente.  Por otro lado siento que no merezco absolutamente ningún trato especial. 

También me veo solo rodeado de muy pocos con una botella de vino o acostado en mi cama mirando al techo. Pero en otras me ataca la desesperada idea de que en ese día puedo hacer lo que más me gusta sin consecuencia alguna.

Debo admitir que con esta última idea me he chocado con muchas frustraciones en especial cuando he planeado fiestas en mi casa en los últimos años.

Algunas de aquellas enormes farras empezaban bien pero después de medianoche cambiaban mi música a géneros bailables que se alejaban de mi gusto causándome una enorme decepción; o sino, en medio de la alegría, la risa, la cerveza y el jolgorio metalero, alguien me llamaba y preguntaba si podría traer a alguien.  Siempre dicha experiencia terminaba con los nervios de punta. 

Después de un par de esos episodios me he puesto como regla mental “no conocer a nadie en mi cumpleaños”.

Recuerdo un episodio cuando largué de mi casa a uno de aquellos desconocidos porque estaba consumiendo cocaína en el baño.  
Primera vez que lo conocía. Última vez que lo vería.

También recuerdo aquella otra fiesta de mi cumpleaños en donde, de nuevo, cambiaban el rumbo musical de mi histérico rock n roll por música bailable y la novia de un amigo me obligaba a bailar. 
A cada uno de sus ruegos porque bailara con ella me negué.  Luego me tomó de las manos y me levantó de mi silla. Sus manos sujetando las mías.  Yo miraba a su novio y le rogaba “por favor dile que no”. El solo reía divertido y me decía “ella es así cuando bebe”. 

Cuando vi que nada funcionaba, y con los ojos y el cerebro incendiados de alcohol; roté mis manos a sus muñecas y las bajé con delicada rudeza mientras mi voz tomaba un tono rasposo en un grito apagado “nooooo quieroooo!”.  

Otro amigo que notó que aquello no pintaba bien entró en medio y nos separó.  Pedí disculpas y me retiré.  ¿Debo recordar que estaba en mi casa y era mi cumpleaños?

Ese sentimiento de no querer que suene otra música sino la mía parece pueril, falto de comprensión o incluso grosero; pero no puedo evitarlo, porque como dije antes: ¡Es mi cumpleaños y debe estar dedicado a mí por completo!  ¿Y qué más me queda sino?
No hay más días en el año para mí. Solo uno. 

Por eso quizás aquella torpe obcecación por celebrarlo y recordarlo todos los años. No me importa envejecer, me importa celebrarlo. 

Llegará el día en que no me importe. 

Creo que al alcanzar estos primeros cuarenta la emoción por ello empieza a disiparse.  ¿Será una señal de los tiempos? No tengo idea. Algo sí tengo claro, aún no sé qué voy a hacer para mi cumpleaños que es en menos de 48 horas.