Encerrados en una
enorme cancha de fútbol de 75,000 kilómetros cuadrados observamos una y un
millón de pantallas de voces que gritan y lloran dramas diarios y peleamos
contra esas voces ficticias o reales mientras unos halan la soga hacia un lado los
otros la atan a un árbol para verlos perder el tiempo.
Arriba los buitres nos
miran y se ríen. No hay
escapatoria. Aquí llegamos hace tiempo a
la mayoría de edad, pero en lugar de un crecimiento vamos en dirección
contraria y a toda velocidad. Queremos romper
todos los récords.
Que ocultaran la
corrupción en una época ya era costumbre, pero que ésta ahora se glorifique y
se premie resulta aberrante.
Por un lado, los dueños
de uno de los poderes del Estado hallados en una enorme trampa se refugian cual
ratas en su guarida. Sin embargo, en
lugar de detener la barbarie y dar sentido a nuestra existencia aceptando su
culpa y al menos corrigiendo la usura, corrieron en la dirección contraria y
atacaron de vuelta.
Su ataque fue tan
cruento que parece que la mitad de la sociedad acompañara sus tambores de
batalla que escupe a la justicia al rostro dándose golpes de pecho como
víctimas. El sadismo de la escena es
cruel y escandaloso.
Si estos son los padres
de la patria digamos que tenemos padres abusivos, cocainómanos en pleno
desenfreno, nos han dado un galón de gasolina y los cerillos están en la mesa y
tenemos autorizado calentar la atmósfera.
La culpa, naturalmente
recae en el que traía algún resquicio de justicia. Que no la es entonces. Aquí quien busca la
verdad y tiene la osadía de atacar la corrupción es un aguafiestas y un
perseguidor.
Jamás el Ejecutivo
estará exento de culpas y ¿por qué no se buscó la verdad desde el principio
sino? Ahí quedamos los más de cuatro millones de voyeristas de mini pantallas
riéndonos y dándonos palmaditas en la espalda viendo las más recientes
estadísticas memográficas.
Estamos estancados en
un lodazal reiterando la cita bíblica “quien esté exento de culpa que tire la
primera piedra”. ¿Qué tal si dejamos
decir eso de una maldita vez?
Esto es así. El país estadio por cárcel permanentemente
hirviendo y hundiéndose en las lluvias en donde los pobres son parásitos, los
homosexuales un insulto a las buenas costumbres y las feministas una afrenta a
la familia y un asalto a la moral, dios primero la iglesia ante todo y nos
arrodillamos a la santísima trinidad, aquel enorme tobogán de rezos y sotanas
por el que deslizamos nuestras excusas, permitimos los desmanes del abuso
infantil, nos reímos cuando papá le pega a mamá bien hecho ella se lo buscó, y nos
tapamos la cara y ofendemos a las mujeres porque ¿quién les manda a no vestirse
adecuadamente como manda la santa inquisición?
El calor es
insoportable excepto en el aire acondicionado que baja las temperaturas para
semejar un invierno en cualquier país frío anglosajón y por ende fino.
El frío del aire
acondicionado es el bienestar para contrarrestar el infierno, el frío es lo
blanco, lo limpio, lo que nos aleja de la chusma que; claro son los otros, son los
negros y los indios porque somos racistas clasistas y groseros y ello lo ocultamos
con majestuosa hipocresía en un halo de comedia asquerosa.
¿Y me vas a decir ahora
que no todos somos así?
Las cosas son como son
y seguirán siendo así.
Estamos atorados. Pensamos
que en Panamá no va a pasar nada pero nuestra fantochería nos saldrá cara.
Cuando un mueble de
madera es carcomido por las polillas a primera vista no se ve.
El día menos esperado nos
iremos de culo y lo que tendremos alrededor serán las astillas de nuestra
dejadez. Mientras tanto nos seguimos riendo de los mismos chistes ofensivos al
débil, homófobos y todo bien hasta que insultes a mi madre porque somos machistas
por antonomasia y porque el débil se deja y eso le pasa por idiota. Una sociedad
tan abusiva con baja autoestima pero al mismo tiempo hipócrita y miedosa como
ninguna se hará papilla a sí misma.
Los malos son glorificados
como valientes transgresores “robinhoodianos” salvadores del país. Viene el loco a salvarnos. Ya de una vez
regulen la corrupción si total todos nos hemos llevado una luz roja y hemos
pagado al guardia para que no nos lleve el carro con grúa cuando manejamos
borrachos aquella vez. Si total el que está mal es el otro, el que mató a la
mujer y dejó en orfandad a la niña porque ese es el idiota que a diferencia mía
se accidentó y yo no.
Déjenlo que él robó
pero hizo, sí, me hizo sentir mejor a mí que he hecho menos con mis pequeños fraudes
que no alcanzan para una casa en la playa pero bueno el que no llora no mama, juega
vivo que aquí el que no corre vuela y para cerrar el ataúd chupa y olvida.
Nos abocamos al final,
estamos en la última recta, ojalá se case otro príncipe y me toque a mí, y que
me ganara la lotería lo metería todo en un plazo fijo, tendré mi castillo de
oro en este lodazal.
Y todo lo que mi mente
sigue guardando es aquella frase de Last Action Hero cuando el villano se sale
de la película y cruza al mundo real. Lo primero que hace es matar a un mecánico. Nadie reacciona. No llega la justicia –
Panamá se sigue hundiendo – le damos la razón al villano – éste en un ademán de
triunfo se yergue y grita “aquí, en este mundo, los tipos malos, pueden ganar”.
Y ahí aplaudimos y le erguiremos una estatua.