lunes, 25 de abril de 2016

El ocaso de una librería

El diablo viste a la moda y en Panamá cerraron una librería.  Quisiera que me importara, pero no, ¿a quién engaño? No me importa en lo más mínimo.

Situada en una esquina atestada de tráfico a toda hora se yergue este armatoste de edificio verde por todos lados gobernando prácticamente una cuadra entera. 

La puerta de hierro pesado casi le vuela el dedo a un amigo que fue ahí a comprar un libro una vez.  Tal vez uno de los diez clientes por día que deambulaban en este mausoleo de las letras dormidas.  Dentro de las paredes de aquel mastodonte instalaron la librería, un café e incluso un área dedicada especialmente para los niños.  Loable tarea la de inculcar la lectura en los pequeños mocosos.

Aquel vetusto edificio lleno de hollín ahora a causa de los cientos de miles de vehículos que pasan enfrente estaba coronado en la entrada por un extraño personaje que aún no atino a identificar si se trataba de un canguro o un caballo, colocado allí para atraer o divertir a los clientes más pequeños.  Creo que le faltaba una oreja.
Cuando recién abrió yo no tenía dinero para pagar más de diez dólares por un libro.

Mis primeras obras maestras las compré en la universidad a uno o dos dólares.  Por aquel entonces ya se percibía ese espantoso tufo a elitismo con que envuelven en Panamá a todo lo relacionado con la cultura.  Un error de tino basado en un ideario pre republicano que nos lleva a pensar que una persona culta, es por ende, un ricachón de buenos modales. 

Cuando empecé a trabajar como periodista ya pude darme una vuelta por aquel acertijo de cemento que te llevaba por laberínticas y empinadas escaleras para llegar a ver un libro.  “Por esa otra puerta no joven, es arriba”, así me dijeron un día.  Está bien. Una vez arriba había de todo tipo de libros.  Muy pocos de los que me interesaban y a precios mucho menos interesantes.

Creo recordar mal que fue en uno de los salones de lectura que asistí a una rueda de prensa de Elena Poniatowska que paró en Panamá como parte de la promoción de un libro suyo ganador del premio Alfaguara de 2001. 

Ella no estaba contenta; más bien exhausta. Pobre doña. En un momento dijo que se sentía como si fuera un desodorante o un zapato en venta por el apabullante itinerario del que era objeto prácticamente contra su voluntad. 

Yo regresé a mi escritorio y envié la nota.  A la gente de Alfaguara no le gustó.  Nos pidió una entrevista adicional para corregir lo que ella había dicho.  Aquella actitud reforzó aún más las palabras de Elena.  A la pobre señora realmente la controlaban como un zapato.

No recuerdo desde 2001 que nada más interesante haya sucedido en esa librería que a la sazón ahora que me pongo a pensar tenía un nombre en inglés Exedra Books ¿para promover la cultura en hispanoamericana?  Suena a libros etcétera o excretados. 

Cuando unos años más tarde entró El Hombre de la Mancha al ruedo le quitó relevancia y levantó la barra.  No soy experto en negocios, pero sospecho que aquel armatoste se quedó congelado en el tiempo.  Hasta su participación en las ferias del libro de Panamá me resultaban aburridas.  Nada bueno presagiaban los tiempos para el enorme monstruo. 

Ahí está todavía dando sus últimos suspiros.  Imagino que la cuadra entera será defenestrada y convertida en un edificio o en un pequeño centro comercial.  O eso, o bien se mantendrá como un monumento muerto a las letras por lo mal que está el mercado de las bienes raíces.

Como sea sigue sin importarme.  Solo recuerdo las muecas de la Poniatowska.  Ahora que ya se ganó el Cervantes debe sentirse como una media de terciopelo o un iPhone.