miércoles, 7 de octubre de 2015

El día que no quise seguir "La Canción del Verdugo"

"La Canción del Verdugo" es una obra maestra de la literatura universal que todos deberían tratar de leer.

Mi primera noción de semejante coloso fue una referencia hecha por un amigo una vez que me explicaba sobre la magnificencia de Norman Mailer.  Mi amigo, gran fanático del nuevo periodismo, me recomendó leer a Mailer en cuanto pudiera. 

Así me hice con una copia de “El Combate”, la épica batalla entre Muhammad Ali y George Forman en Kinshasa.  Lo compré de segunda porque nadie vendía aquí libros de ese viejo orejón. 

Pero, cada ocasión que podía, mi amigo me reiteraba “tienes que leer La Canción del Verdugo”.

“La Canción del Verdugo”. El título daba escalofríos.  Naturalmente, nadie en Panamá vendía ese libro hacia el año 2002 cuando me lo sugirió la primera vez.  Él se había hecho de una copia en uno de sus viajes o lo leyó de la biblioteca de un amigo suyo, no estoy seguro ni lo recuerdo, ni tampoco es importante. 

La cuestión es que desde aquellos años me había dado una misión: “captura a aquella ballena blanca”. 

Y así estuve durante años.  Lo metí en mi colección inexistente de libros que son totémicos y que nunca voy a encontrar. 

La Canción del Verdugo fue mi obsesión a lado de libros de Céline y Fante.  Los años pasaron y con ellos varias ferias del libro de Panamá en donde escuchaba que habían traído algunos libros de Mailer de la editorial Anagrama. 

Naturalmente mi suerte era tal que el día que iba a la feria se habían llevado aquellas pocas copias de los libros que anhelaba, incluyendo, obviamente “La Canción del Verdugo”.

Hasta que un día, en una de aquellas ferias, me acerqué a una editorial que trae libros al por mayor.  Me dieron la dirección y un teléfono.  

Buscar ese libro como comprar drogas.  Tenías que llamar antes, acercarte al local y tocar una puerta sin ningún letrero. 

Fue extraño.   Hasta pensé “tengo un dealer de libros” y escribí mi experiencia consiguiendo “La Canción del Verdugo”.  

Al fin en mis manos.  

La sensación de capturar a uno de los grandes es indescriptible hasta el hastío.  (Huelga decir que poco después conseguiría varios libros de Fante en la Feria del Libro y una amiga me traería a Celine desde Argentina también amplificando aquella sensación).

Pero, con la llegada de "La Canción del Verdugo", advino la tragedia.  Una que no me enorgullece.

El otro día, cerca de la página 76 – de las más de 500 que componen este portento ganador de un Pulitzer – bajé el libro y lo dejé. 

No pude más. 

El libro narra la dislocada vida de Gary Gilmore, un loco que asesinó a dos personas en Utah y después de una enorme batalla legal – con activistas de los derechos humanos incluidos – clamó que su ejecución fuera por un batallón de fusilamiento.

Pero no llegué hasta el final.  El trabajo de Mailer no era vender a un entrañable y sagaz criminal que uno no quisiera que muriese al final. 

Estoy seguro de que Mailer – como lo evidencia el texto – detestaba a ese tipo y su descripción fue tan acertada que no pude seguir leyendo. 

Yo detesto a los tipos arrogantes y mentirosos, Gilmore era ambas y otras muchas más.  Cada palabra que decía lo odiaba más.  Hasta que estallé.

Terminé no odiando “La Canción del Verdugo”, en el fondo quería seguir caminando al lado de Mailer por donde él me dijera, si tan solo no hubiera tenido que toparme de bruces al maldito desalmado de Gary Gilmore. 

Espero que cada balazo que le dieron haya dolido en lo más profundo y que ahora mismo esté pudriéndose en el infierno. 


Leeré otra cosa.