Luego de una serie de retorcijones mentales con respecto a
la publicación de discos que definen la propia personalidad y enclaustrado en
torpes elucubraciones que me dictaban no hacerlo, decidí darle un giro al
asunto. La música es el combustible que necesito a diario, el rock es el
alimento, la energía, el rayo que despierta al amasijo de carne zurcida que se
levanta todos los días a trabajar.
Sin embargo, más allá de la música, son las palabras las que
han provocado cambios en mi manera de pensar, de ver las cosas con poca
preocupación o desde otra perspectiva. Es
en la literatura en donde vi los márgenes de las páginas hacerse añicos en
incendiarios postulados.
Allí, sumergido
entre las hojas vi dioses postrados y ángeles en arrabales dándose mazazos de realidad
inconmensurables, y fueron sus juicios desatinados y su locura la que
mayormente ha provocado cambios en ese díscolo universo interno que con
provocación y fanfarronería definiría como “personalidad”.
Por ello más allá de discos que definan mi
personalidad; los hay que delimitan, nutren, incapacitan, llenan de miedo,
alegría y fervor. Pero aquellos que me
hacen cambiar de opinión han sido los libros y más que solo libros, sus autores.
Existe una frase de Henry Miller en “Primavera Negra” que se
acomoda y define un aspecto de mi escolástica interna: “Siempre alegre y
divertido”. Y de ahí que esta obra se coloque como la primera en una imaginaria
lista de libros que me revolvieron las tripas y estrujaron el cerebro.
En otro pasaje Miller está en un
restaurante. Un cocinero entra con unos
gansos degollados al hombro. Las gotas
de sangre caen al suelo. El atinó a
describir la sangre derramada como si se tratara de “una prostituta ebria con
la regla”. Así de violento. Así de monstruoso Miller puede llevarte de la
mano a una cloaca y luego enternecer con una descripción de su infancia.
Un escaño más delante de Miller está el definitivo maestro
de la destrucción, el poeta más descomunal de la tierra, un completo hijo de
perra: Charles Bukowski. Este bellaco
escribió “Música de Cañerías” y me revolvió la personalidad. No sabía que se podía escribir con una
sencillez tan descomunal. Nadie había
puesto el mundo de cabeza con un solo renglón.
La lectura en mi vida no ha sido una constante. He leído, quizás no con la frecuencia que
quisiera. El esfuerzo mental que me
provoca terminar un libro es descomunal.
Con el tiempo y a medida que me he vuelto viejo esta tarea ha sido más
fácil.
Probablemente estoy
experimentando mi mejor año de lectura de libros hasta ahora. Por ello siempre guardo un espacio para
mencionar el primer libro que terminé a cabalidad, que a la sazón tenía poco
más de 500 páginas: “Papillon” de Henri Charriere.
La calidad de escritura de este hombre que
escapó de la Isla del Diablo resulta en un portentoso relato cuyas imágenes no
han abandonado mi memoria nunca. Ese libro
me impresionó por su crudeza y violencia.
Cada episodio era más intenso que el anterior y saber que era un relato
basado en la realidad me retorcía las tripas.
En esta llamarada de libros debo incluir sin lugar a dudas
al totémico William Borroughs y su “Almuerzo Desnudo”. Jamás habría imaginado la posibilidad de un
relato sucio en extremo con fuertes lazos a la aventura drogadicta y homosexual
de su autor. La originalidad y voluptuosidad de su relato en este libro te
lleva a reconsiderar tus acepciones y prejuicios sobre muchos temas de la
humanidad.
Es un viaje completo, una
guía al más peligroso más allá.
Borroughs es el viejo padrino del movimiento beat que nunca quiso apadrinarlo. Heroinómano, poeta, asesinó
a su mujer en un juego. Con esta clase
de demonios, sus palabras son como un río de plata fundida al infinito.
Por Latinoamérica un escritor que hallé a un dólar en un
puesto de libros de segunda me llevó de paseo a un infernal relato. El venezolano Arturo Uslar Pietri escribió “Las
Lanzas Coloradas” como si hubiese estado en medio del caos de aquellos años
descomunales en donde describe un episodio de la guerra de independencia de
Venezuela. Su prosa te petrifica.
La manera de contar una historia podría estar
llena de florituras, pero no, el hizo una crónica bestial y cambió mi manera de
ver y leer la historia.
Debo mencionar aquí también la figura del guatemalteco Miguel
Ángel Asturias. Su nombre rondaba mi
cabeza durante años, pero no como un escritor que quisiera leer, sino como un
gigantesco docente de docentes con ribetes de aburrimiento infinitos. Era mencionado por profesores en la
universidad y eso le quitaba tremendamente cualquier interés.
Sin embargo, la portada de una edición de su novela
“El Señor Presidente” que mostraba una calavera capturó finalmente la atención
y de un bofetón me demostró cuan equivocado estaba. La novela es hoy por hoy un referente de la
escritura en Latinoamérica y dejó en mi mente imágenes tan bestiales que puestos
en una película provocarían arcadas a los más ávidos consumidores de cine gore.
En mis lecturas me topé con otro relato de la vida
real. Las manos de Tom Wolfe dieron
forma a dos obras que redefinieron la manera como entendía el relato
periodístico y la novela literaria. El primero
traducido al español como “Lo que hay que tener” (The Right Stuff) describe la
carrera espacial de los Estados Unidos y la vida de los primeros
astronautas. La otra obra también
ambientada en los años sesentas es “Ponche de Ácido Lisérgico”.
Es la aventura del propio escritor con una
parvada de fiesteros denominado los “Alegres Bromistas”, quienes junto con The
Grateful Dead, le enseñan cómo es su vida con el LSD. Es una obra monumental que te enseña paso a
paso todos los entresijos de aquellos días y literalmente abre las puertas de
la percepción.
Ese libro debe leerse en conjunto con otro aún más
descomunal “En el Camino” de Jack Kerouac.
Uno nunca ha leído sobre la libertad hasta que atraviesa el camino con
Kerouac. No importan ninguna de las
concepciones previas sobre la vida que uno guarde en los estantes interiores,
este libro te sacude el polvo, te motiva a olvidar toda la inmundicia
corporativa y da rienda suelta a la locura.
De regreso a la tierra, a la narración periodística y al
relato duro y puro, debo incluir a Gordon Thomas. Es un viejo de barbas blancas y una
imaginación poderosísima. Podría decir
que le creo todo lo que escribe por disparatado que sea y aunque sea falso.
La primera obra que leí fue “Mossad: La
Historia Secreta” que describe con lujos de detalles incandescentes cómo esta
organización mantiene la hegemonía de Israel, sin importar los medios. Gordon Thomas tiene el lujo de escribir más
de 500 páginas y yo las devoro con devoción absoluta. Es mi “best-seller” personal.
Finalmente, pero no por orden de calidad, debo incluir “Divertimento”
de Julio Cortázar. Este es un relato en
primera persona que resplandece por su locuacidad y pericia. El título es otro de esos que podría definir
el modo como me gusta ver ese
espectáculo que llamamos vida.
Hasta aquí me detengo.
Naturalmente hay una enorme cantidad de otros libros y autores que no
menciono. No hay más espacio. Eso sería
tarea de un libro entero.
Debo admitir que este ejercicio ha sido un placer. Ahora a seguir leyendo.