lunes, 6 de octubre de 2014

Libros totémicos y definitorios. Y nada más.


Luego de una serie de retorcijones mentales con respecto a la publicación de discos que definen la propia personalidad y enclaustrado en torpes elucubraciones que me dictaban no hacerlo, decidí darle un giro al asunto. La música es el combustible que necesito a diario, el rock es el alimento, la energía, el rayo que despierta al amasijo de carne zurcida que se levanta todos los días a trabajar. 

Sin embargo, más allá de la música, son las palabras las que han provocado cambios en mi manera de pensar, de ver las cosas con poca preocupación o desde otra perspectiva.  Es en la literatura en donde vi los márgenes de las páginas hacerse añicos en incendiarios postulados.  

Allí, sumergido entre las hojas vi dioses postrados y ángeles en arrabales dándose mazazos de realidad inconmensurables, y fueron sus juicios desatinados y su locura la que mayormente ha provocado cambios en ese díscolo universo interno que con provocación y fanfarronería definiría como “personalidad”.  

Por ello más allá de discos que definan mi personalidad; los hay que delimitan, nutren, incapacitan, llenan de miedo, alegría y fervor.  Pero aquellos que me hacen cambiar de opinión han sido los libros y más que solo libros, sus autores.

Existe una frase de Henry Miller en “Primavera Negra” que se acomoda y define un aspecto de mi escolástica interna: “Siempre alegre y divertido”. Y de ahí que esta obra se coloque como la primera en una imaginaria lista de libros que me revolvieron las tripas y estrujaron el cerebro.  

En otro pasaje Miller está en un restaurante.  Un cocinero entra con unos gansos degollados al hombro.  Las gotas de sangre caen al suelo.  El atinó a describir la sangre derramada como si se tratara de “una prostituta ebria con la regla”.  Así de violento.  Así de monstruoso Miller puede llevarte de la mano a una cloaca y luego enternecer con una descripción de su infancia.

Un escaño más delante de Miller está el definitivo maestro de la destrucción, el poeta más descomunal de la tierra, un completo hijo de perra: Charles Bukowski.  Este bellaco escribió “Música de Cañerías” y me revolvió la personalidad.  No sabía que se podía escribir con una sencillez tan descomunal.  Nadie había puesto el mundo de cabeza con un solo renglón.

La lectura en mi vida no ha sido una constante.  He leído, quizás no con la frecuencia que quisiera.  El esfuerzo mental que me provoca terminar un libro es descomunal.  Con el tiempo y a medida que me he vuelto viejo esta tarea ha sido más fácil.  

Probablemente estoy experimentando mi mejor año de lectura de libros hasta ahora.  Por ello siempre guardo un espacio para mencionar el primer libro que terminé a cabalidad, que a la sazón tenía poco más de 500 páginas: “Papillon” de Henri Charriere.  

La calidad de escritura de este hombre que escapó de la Isla del Diablo resulta en un portentoso relato cuyas imágenes no han abandonado mi memoria nunca.  Ese libro me impresionó por su crudeza y violencia.  Cada episodio era más intenso que el anterior y saber que era un relato basado en la realidad me retorcía las tripas.

En esta llamarada de libros debo incluir sin lugar a dudas al totémico William Borroughs y su “Almuerzo Desnudo”.  Jamás habría imaginado la posibilidad de un relato sucio en extremo con fuertes lazos a la aventura drogadicta y homosexual de su autor.  La originalidad  y voluptuosidad de su relato en este libro te lleva a reconsiderar tus acepciones y prejuicios sobre muchos temas de la humanidad.  

Es un viaje completo, una guía al más peligroso más allá.  Borroughs es el viejo padrino del movimiento beat que nunca quiso apadrinarlo.  Heroinómano, poeta, asesinó a su mujer en un juego.  Con esta clase de demonios, sus palabras son como un río de plata fundida al infinito.

Por Latinoamérica un escritor que hallé a un dólar en un puesto de libros de segunda me llevó de paseo a un infernal relato.  El venezolano Arturo Uslar Pietri escribió “Las Lanzas Coloradas” como si hubiese estado en medio del caos de aquellos años descomunales en donde describe un episodio de la guerra de independencia de Venezuela.  Su prosa te petrifica.  

La manera de contar una historia podría estar llena de florituras, pero no, el hizo una crónica bestial y cambió mi manera de ver y leer la historia.

Debo mencionar aquí también la figura del guatemalteco Miguel Ángel Asturias.  Su nombre rondaba mi cabeza durante años, pero no como un escritor que quisiera leer, sino como un gigantesco docente de docentes con ribetes de aburrimiento infinitos.  Era mencionado por profesores en la universidad y eso le quitaba tremendamente cualquier interés.  

Sin embargo, la portada de una edición de su novela “El Señor Presidente” que mostraba una calavera capturó finalmente la atención y de un bofetón me demostró cuan equivocado estaba.  La novela es hoy por hoy un referente de la escritura en Latinoamérica y dejó en mi mente imágenes tan bestiales que puestos en una película provocarían arcadas a los más ávidos consumidores de cine gore.

En mis lecturas me topé con otro relato de la vida real.  Las manos de Tom Wolfe dieron forma a dos obras que redefinieron la manera como entendía el relato periodístico y la novela literaria.  El primero traducido al español como “Lo que hay que tener” (The Right Stuff) describe la carrera espacial de los Estados Unidos y la vida de los primeros astronautas.  La otra obra también ambientada en los años sesentas es “Ponche de Ácido Lisérgico”.  

Es la aventura del propio escritor con una parvada de fiesteros denominado los “Alegres Bromistas”, quienes junto con The Grateful Dead, le enseñan cómo es su vida con el LSD.  Es una obra monumental que te enseña paso a paso todos los entresijos de aquellos días y literalmente abre las puertas de la percepción. 

Ese libro debe leerse en conjunto con otro aún más descomunal “En el Camino” de Jack Kerouac.  Uno nunca ha leído sobre la libertad hasta que atraviesa el camino con Kerouac.  No importan ninguna de las concepciones previas sobre la vida que uno guarde en los estantes interiores, este libro te sacude el polvo, te motiva a olvidar toda la inmundicia corporativa y da rienda suelta a la locura. 

De regreso a la tierra, a la narración periodística y al relato duro y puro, debo incluir a Gordon Thomas.  Es un viejo de barbas blancas y una imaginación poderosísima.  Podría decir que le creo todo lo que escribe por disparatado que sea y aunque sea falso.  

La primera obra que leí fue “Mossad: La Historia Secreta” que describe con lujos de detalles incandescentes cómo esta organización mantiene la hegemonía de Israel, sin importar los medios.  Gordon Thomas tiene el lujo de escribir más de 500 páginas y yo las devoro con devoción absoluta.  Es mi “best-seller” personal.

Finalmente, pero no por orden de calidad, debo incluir “Divertimento” de Julio Cortázar.  Este es un relato en primera persona que resplandece por su locuacidad y pericia.  El título es otro de esos que podría definir el modo  como me gusta ver ese espectáculo que llamamos vida.

Hasta aquí me detengo.  Naturalmente hay una enorme cantidad de otros libros y autores que no menciono.  No hay más espacio. Eso sería tarea de un libro entero.

Debo admitir que este ejercicio  ha sido un placer.  Ahora a seguir leyendo.