La vida se divide en fragmentos de pantallas que nos acercan a fantasmas lejanos borrando a quienes tenemos al lado. Nos cambiaron el rumbo. Nos tendieron una trampa.
Ahora se supone que todo es diseño y que el diseño lo es todo. Y de esa premisa nace, crece y se reproduce una nueva generación y se desintegra
otra.
La vida se divide en la cantidad de imágenes que vemos y que compartimos. Nos complicamos publicando cada segundo de ella, arrancándole lo lindo que alguna vez tuvo.
Nuestros recuerdos del futuro serán fotos. La memoria será un tanque de basura.
Sabemos que el agua está entrando al barco pero no sabemos por dónde.
Y culpamos a las corporaciones, al calentamiento global, a lo que
suponemos está mal con el mundo, que es lo que nos dictan a través de las pantallas.
La rabia y el desgano encuentran pasto verde en el vergel de la
ignorancia procesada hermosamente en axiomas lapidarios que nos reconfortan a
diario en esas diminutas pantallas que presumimos son nuestra vida.
Tanto es así que nos desespera la idea de separarnos de nuestros magníficos teléfonos y sus pantallas.
Creemos que existe un mundo allá afuera y estamos convencidos de que
todos pueden vernos en nuestros universos microscópicos en donde somos dioses
tiranos malhablados, profetas, técnicos, profesionales del universo.
Esto basándonos solo en la velocidad que tenemos en los dedos para
consultar al oráculo de la red universal.
Decimos que no somos aquello que odiamos pero nos comportamos exactamente
igual o peor a un animal antisocial y déspota.
Nos quejamos de la aburrida cadencia de los días en una interminable
reiteración de tonterías que hemos visto mil veces pero las seguimos tragando cual
panacea ante la decadencia de nuestros tiempos.
Estamos embalsamados y no lo sabemos.
Nos creemos libres pensadores, amantes de los libros, anarquistas
revolucionarios, guerrilleros eruditos en el perpetuo secreto de nuestros
designios.
Nadie nos saca del letargo, porque en esencia peleamos el derecho de
vivir en estos derroteros, porque fuimos engañados y no nos hemos dado cuenta
del rumbo que llevamos.
Nos estamos deslizando en un plano inclinado hacia tiempos peores al
suponer que lo sabemos todo, cuando el final está mucho más abajo.
Como una imagen dice más que mil palabras adoptamos como verdades
universales cualquier frase que medianamente se acomode a nuestra torpeza enalteciendo
a nuestro que ego, que no es otro que aquel que confundimos con nuestro
intelecto.
Qué infame existencia aquella que en perpetuidad se queja de la
existencia del resto de la humanidad.
En el fondo a nadie le importa con nadie en esa gigantesca red
universal. El hecho de haber visto una
imagen nos da la ilusión de que somos parte de la solución de los problemas.
Las banalidades se transforman en problemas reales - que podrían terminarse apagando la pantalla - y que sin embargo nos secan el alma y nos achicharran el cerebro.
Nos tienen engañados con aquello de que el poder reside en el manejo de
la información, pero no aclaran que sentarse y mirar atontado una pantalla por más
de doce horas consecutivamente no nos hace más inteligentes ni controladores de
esa poderosa información.
Realmente nos equivocamos al juzgar una era sin quitar los ojos de la
pantalla.
Las voces de los catedráticos, profesores, escritores y pensadores del
pasado son tergiversadas para nuestro entretenimiento y comodidad.
El día que Albert Einstein temía nunca llegará, porque aquel axioma también
es falso.
Entre tanto, la vida se sigue fragmentando en megas, gigas y teras de
vaguedad, imágenes y vídeos que suponemos es la verdad.