Nos pescaron
con las redes sociales. Una persona zurció
a mano una red que puso a prueba en un pequeño estanque universitario y como la
pesca resultó buena, la amplió.
Hoy la
red social es la única capaz de cubrir océanos y espacios terrestres alrededor
del globo terráqueo. Mejor que cualquier
red de pesca jamás conocida y sin período de veda.
No hay
escapatoria de Facebook o de cualquier otra red social. A menos a que te salgas, lo cual está mal
visto, y significa que tienes algo que esconder.
Y si no
existes en el universo virtual ¿dónde estás? se le pregunta a alguien teniéndolo
de frente. Así es como esta pesca ha desvirtuado la
lógica universal.
Facebook
fue el mejor peor invento, porque obliga a sus usuarios a comportarse
inconscientemente del mismo modo que su creador: resentido, sabihondo, vendedor
petulante, mojigato llorón, juez y parte, santo y demonio, comediante, artista mentiroso,
inteligente y bestia; todo al mismo tiempo.
Y con
esto no me excuso ni me excluyo, y al mismo tiempo me contradigo y defiendo mi
derecho a cambiar de opinión. Porque así
también se ha desfigurado la lógica.
Yo también
he caído en el juego del tira y hala por las redes. Me he regodeado en ese rifirrafe infantil de
publicar imágenes, enlaces de noticias de lo que a mí me gustaría que otros
piensen o sepan de mí, o para que se den cuenta que estoy pensando exactamente lo
contrario a ellos. Pero de dientes hacia afuera digo y decimos que lo pongo porque me gusta y si no te gusta, no lo veas (añada pataleta infantil aquí).
Y desbordo
la pantalla con cuanto licor haya consumido o cuanto rock haya escuchado.
Y estoy
en la red porque un día en el océano de la distracción halaron desde el barco y
quedé encerrado con los demás peces. Los cuerpos
saltando en todas direcciones con ojos locos.
En la vorágine - cuando halaban de la red - veía cómo todos estaban siendo arrastrados: desde
compañeros del trabajo hasta viejas y olvidadas amistades del colegio; y todos
quedándonos sin oxígeno.
Si, nos
atraparon en la gran red social de este mundo.
Y ahora estamos siendo clasificados y puestos en un enorme refrigerador,
en donde se nos dice que somos dueños de nuestra privacidad.
Son redes
sociales, de eso se trata, te enredan haciéndote creer que compartes contenidos
interesantes en sociedad, pero terminamos riéndonos de la desgracia y al mismo
tiempo sobredimensionando dolores de los que somos ajenos y que, muy
probablemente, no suframos en el fondo.
También
nos deshumanizamos dirigiendo la atención a lo que suponemos “verdaderamente
importante” o llevando al extremo lo que se entiende por derechos del ser humano.
Entonces
es cuando se discuten “grandes temas” como la vida de las personas y su nexo con la vida animal, y se
genera un escozor terrible, las paredes rechinan, relucen afiladas respuestas científicas
y se cuecen peleas desatinadas y desproporcionadas; todo veteado de infantilidad,
demostrando nuestros peores temores y reflejando nuestros resentimientos más ocultos.
Lo más
curioso del asunto es que estando prisioneros de esta red muchas discusiones
terminen en frases como “si no te gusta vete de aquí”; y ¿a dónde ir si estamos
todos enredados prácticamente contra nuestra voluntad en esta enorme pesca
universal?
En ese
vaivén de la red, desgranamos como escamas nuestros intereses y gustos para que
las compañías los terminen usando convirtiéndolos en productos frescos,
conciertos, música, películas, comida, ropa, y cualquier otro fruto hecho a la
medida.
Las redes
sociales son un gigantesco canal de propaganda y publicidad. Y tanto que nos quejábamos de la televisión,
y tanto que rehuíamos a sus torpes tentaciones, terminamos más sumergidos en nuestro
propio comercial ambulante 24/7, sin interrupciones.
Las reglas
las pusieron claras desde el principio. Lo
que no dijeron es que no nos conectaríamos en nuestra plenitud con nuestras
personalidades amables y nuestras complejidades lejanas; sino solo con nuestros
sentimientos más infantiles, réprobos, decadentes, insufribles y timoratos.
Nos convertimos
en salomónicos jueces, en monjes libertinos, en alcohólicos abstemios, en
voraces fisiculturistas engulle hamburguesas, en guardianes de la salud, en
conquistadores de verdades absolutas plasmadas a modo de aforismos sobre imágenes
maravillosas.
También
somos sacerdotes del ateísmo y respetamos a todos los seres vivos del planeta
que otros – esa otra gente – se devora a trozos, pero que vamos a detener si
tan solo hubiera más botones de “Me Gusta” bajo esa foto.
El descalabro
aún no está cerca. Pero vendrá. A medida que las redes vayan menguando
nuestros pasos. Cuando empiecen a surgir
las enfermedades crónicas por tener el cuello torcido hacia debajo de tanto ver
el teléfono.
No, el
final no está ni cerca.
Si miramos con
detenimiento veremos que ya no hay solo peces en la red, sino también monstruos
marinos y criaturas mitológicas.
Esta es
una red de pesca que ni Verne ni Melville habrían podido imaginar.
Mientras tanto, esgrimo otra sonrisa apretado contra la red, oprimiendo botones de agua salada.