jueves, 5 de junio de 2014

Pescados en redes sociales

Nos pescaron con las redes sociales.  Una persona zurció a mano una red que puso a prueba en un pequeño estanque universitario y como la pesca resultó buena, la amplió. 

Hoy la red social es la única capaz de cubrir océanos y espacios terrestres alrededor del globo terráqueo.  Mejor que cualquier red de pesca jamás conocida y sin período de veda.

No hay escapatoria de Facebook o de cualquier otra red social.  A menos a que te salgas, lo cual está mal visto, y significa que tienes algo que esconder. 

Y si no existes en el universo virtual ¿dónde estás? se le pregunta a alguien teniéndolo de frente.  Así es como esta pesca ha desvirtuado la lógica universal.

Facebook fue el mejor peor invento, porque obliga a sus usuarios a comportarse inconscientemente del mismo modo que su creador: resentido, sabihondo, vendedor petulante, mojigato llorón, juez y parte, santo y demonio, comediante, artista mentiroso, inteligente y bestia; todo al mismo tiempo.  

Y con esto no me excuso ni me excluyo, y al mismo tiempo me contradigo y defiendo mi derecho a cambiar de opinión.  Porque así también se ha desfigurado la lógica.

Yo también he caído en el juego del tira y hala por las redes.  Me he regodeado en ese rifirrafe infantil de publicar imágenes, enlaces de noticias de lo que a mí me gustaría que otros piensen o sepan de mí, o para que se den cuenta que estoy pensando exactamente lo contrario a ellos. Pero de dientes hacia afuera digo y decimos que lo pongo porque me gusta y si no te gusta, no lo veas (añada pataleta infantil aquí).

Y desbordo la pantalla con cuanto licor haya consumido o cuanto rock haya escuchado. 

Y estoy en la red porque un día en el océano de la distracción halaron desde el barco y quedé encerrado con los demás peces. Los cuerpos saltando en todas direcciones con ojos locos.  

En la vorágine - cuando halaban de la red - veía cómo todos estaban siendo arrastrados: desde compañeros del trabajo hasta viejas y olvidadas amistades del colegio; y todos quedándonos sin oxígeno. 

Si, nos atraparon en la gran red social de este mundo.  Y ahora estamos siendo clasificados y puestos en un enorme refrigerador, en donde se nos dice que somos dueños de nuestra privacidad.

Son redes sociales, de eso se trata, te enredan haciéndote creer que compartes contenidos interesantes en sociedad, pero terminamos riéndonos de la desgracia y al mismo tiempo sobredimensionando dolores de los que somos ajenos y que, muy probablemente, no suframos en el fondo.

También nos deshumanizamos dirigiendo la atención a lo que suponemos “verdaderamente importante” o llevando al extremo lo que se entiende por derechos del ser humano. 

Entonces es cuando se discuten “grandes temas” como la vida de las personas y su nexo con la vida animal, y se genera un escozor terrible, las paredes rechinan, relucen afiladas respuestas científicas y se cuecen peleas desatinadas y desproporcionadas; todo veteado de infantilidad, demostrando nuestros peores temores y reflejando nuestros resentimientos más ocultos. 

Lo más curioso del asunto es que estando prisioneros de esta red muchas discusiones terminen en frases como “si no te gusta vete de aquí”; y ¿a dónde ir si estamos todos enredados prácticamente contra nuestra voluntad en esta enorme pesca universal?

En ese vaivén de la red, desgranamos como escamas nuestros intereses y gustos para que las compañías los terminen usando convirtiéndolos en productos frescos, conciertos, música, películas, comida, ropa, y cualquier otro fruto hecho a la medida.

Las redes sociales son un gigantesco canal de propaganda y publicidad.  Y tanto que nos quejábamos de la televisión, y tanto que rehuíamos a sus torpes tentaciones, terminamos más sumergidos en nuestro propio comercial ambulante 24/7, sin interrupciones.

Las reglas las pusieron claras desde el principio.  Lo que no dijeron es que no nos conectaríamos en nuestra plenitud con nuestras personalidades amables y nuestras complejidades lejanas; sino solo con nuestros sentimientos más infantiles, réprobos, decadentes, insufribles y timoratos.

Nos convertimos en salomónicos jueces, en monjes libertinos, en alcohólicos abstemios, en voraces fisiculturistas engulle hamburguesas, en guardianes de la salud, en conquistadores de verdades absolutas plasmadas a modo de aforismos sobre imágenes maravillosas. 

También somos sacerdotes del ateísmo y respetamos a todos los seres vivos del planeta que otros – esa otra gente – se devora a trozos, pero que vamos a detener si tan solo hubiera más botones de “Me Gusta” bajo esa foto.

El descalabro aún no está cerca.  Pero vendrá.  A medida que las redes vayan menguando nuestros pasos.  Cuando empiecen a surgir las enfermedades crónicas por tener el cuello torcido hacia debajo de tanto ver el teléfono. 


No, el final no está ni cerca.  

Si miramos con detenimiento veremos que ya no hay solo peces en la red, sino también monstruos marinos y criaturas mitológicas.  

Esta es una red de pesca que ni Verne ni Melville habrían podido imaginar.  

Mientras tanto, esgrimo otra sonrisa apretado contra la red, oprimiendo botones de agua salada.