martes, 29 de abril de 2014

Café gratis para siempre

Café gratis

Sin inmiscuirme en consideraciones comerciales, juicios de valor sobre el mercado internacional o siquiera postulados  sobre aspectos sociales de quienes cosechan esta droga; creo que el café debería ser ofrecido al consumidor final gratis.

Aclaro: el café negro sin azúcar debería ser gratuito. 

Si interfieren variables como leche, descafeinado (que a la sazón ya no es café), capuchino, o cualquier otro artilugio entonces sí debería involucrar un costo relativo a su preparación.

Pero en esencia – basándome en la tiranía y parcialidad de mis pensamientos y opiniones – creo que el café negro debería ser gratuito siempre.

El café gratis es una sonrisa matutina, una agradable brisa y a la vez un caluroso abrazo después del almuerzo o la cena, es un prestidigitador de despertares a media tarde cuando el burócrata ensimismado empieza a cabecear o cuando el artista en su claustro evalúa una salida.

El café dispara poesía, incita a la reflexión que ordena el cataclismo de los pensamientos más incendiarios, reúne amistades, se posa en el paladar y mejora el desayuno decorando los amaneceres más lúgubres.

Muy pocos sitios regalan café. 

Lo noto en unos pocos bancos. 

Pero es sospechoso ingresar a un banco sin llevar a cabo ninguna transacción. 
Te pondría en una lista bajo persona dudosa o de interés para la seguridad. 
El café podría regalarse porque quienes lo consumen saben dosificarlo. 

Incluso cuando se abusa, no se puede uno terminar un termo de café. 
Porque siempre se sabe cuándo es demasiado. 
Que no es lo mismo que sucedería con el alcohol.  Ahí uno nunca sabría hacia qué derroteros será guiado por el licor una vez despojado de su precio. 

Es una frase que se lee hermosa sobre cualquier otra en un establecimiento: café gratis.  Aunque no te sonría la cajera, aunque acabes de sortear la tormenta más bestial; el café gratuito tendrá siempre ese sabor de acogedora salvación.

Cuando hago café los domingos por la mañana siempre hago de más. 
Repito el ritual dos veces en mañanas lánguidas sin mucha luz.
El café se me antoja musical.

Es una costumbre deliciosa acompañarlo por las dulces melodías de Grateful Dead, The Altman Brothers o Canned Heat porque le otorgan un ingrediente de experiencia viajera, un espíritu salvaje pero pacífico del rock sureño que te lleva lejísimos sin apenas haber puesto un pie en la calle.

El café es la inmensidad del color negro con sabor a semilla, vida, poesía y madera de guitarra acústica. El café es la cima de la montaña, con su brisa y su olor matinal, es la carretera agreste que se extiende con los primeros rayos del sol, es la bienvenida al día y sus sombras.

El café gratis sería la última frontera de todas las experiencias: La más dulce alegría sin un ápice de azúcar.