miércoles, 1 de mayo de 2013

No quise reírme, pero aún me estoy riendo.


No quise reírme, pero no pude resistirme.
Recuerdo algunas líneas que he escrito sobre el fútbol en otros momentos en el pasado y la risa cobra aún más validez (al menos para mí).
No sé mucho de fútbol más que algunas reglas.
Aún me confunden los entresijos numéricos que dan la clasificación a un equipo que ha perdido un partido.
Pero no esta vez.
En esta ocasión estuvo demasiado claro.
Y la risa volvió a resurgir.
Ahí estaban los otrora héroes de la cancha, hechos añicos.
El día anterior era el equipo que me gusta el que probó la misma suerte; aunque en circunstancias diferentes, pero iguales.
Me explico: El Real Madrid (el equipo que en Panamá son los villanos vestidos de blanco) ganaba ayer, pero perdía la clasificación debido a la torpeza al acometer un partido fatídico en donde encajó 4 goles en contra.
La remontada era posible si lograban anotar 3-0.
Yo no lo veía posible.
Pero hacia el minuto 83 una jugada desgraciada los ponía a correr como locos y de súbito se restablecía la confianza.
¿Será posible el milagro?
Entonces otro golazo los dejaba en la puerta de entrada a la final.
Sí, era posible.
Me emocioné.
Pero terminó el partido antes del milagro.
Entonces caí en la cuenta de que se trataba de otra de aquellas bromas que nos juega la realidad.
Un leve estado de postración mental me invadió.
Recordé la frase de Nicanor Parra: “¿Para qué nos dan una vida de hombres si nos matan como animales?”.
Me desanimé.
Al día siguiente era el partido de aquel otro equipo que en Panamá ha sido considerado por los últimos seis años como héroes de la película, poseedores de todos los títulos, la gloria y de un salvador con cualidades mesiánicas capaz de tornar un partido de fútbol en una epifanía.
Pensé: La situación de ellos es distinta. Fuera de casa les habían anotado 4-0. Deben remontar por 5 goles.  La experiencia indica que es posible.
Pero no lo fue.
Hasta cierto punto del partido y por increíble que parezca, sentí lástima por ver al otrora favorito haciendo aguas por todas partes.
Como aquel que recomienda no hacer leña del árbol caído y en lugar de dar una estocada mortal deja desangrar al enemigo para que se despida de sus amigos y familiares.
Sin embargo, los paralelismos caballerescos se me vinieron al piso en cuanto por esas cosas del fútbol, se anotan un gol en propia portería.
Me dije: “no me voy a reír” varias veces.
Pero, como dije al principio, no pude resistirme.
Ya era caricaturesco.
Entonces volvieron a mí aquellas imágenes, las que describí en mis desatinados escritos en el pasado, entonces me reí con gusto y ganas.
¿Y qué importa si ninguno de los dos está en la final?
Yo no planeo dejar de ver fútbol por eso.
Ya vendrán otros tiempos, nuevos tiempos, en donde habrá resultados favorables, más penaltis perdidos, desilusiones, ilusiones, aguaceros de goles y toda aquella parafernalia que rodea al deporte más hermoso del mundo.
Eso sí, una lástima es no poder planear ver la final en una gran barbacoa cervecera; porque al final del camino ¿quién quiere ver a dos equipos alemanes disputándose una final? Cuando sabes que pudiste hacer de la final una tarde épica en donde estuviera tu equipo.
Y perdón, pero aún me estoy riendo.