martes, 4 de noviembre de 2008

El rey salmón que canta fuera del agua

Andrés Calamaro es un salmón. No es que sea capaz de respirar bajo el agua mediante branqueas, pero él se autodenomina un salmón, por aquello de nadar contra la corriente.
Ahora, hay muchas corrientes que suben y bajan, y francamente no sé en cuál de todas está metido; el asunto es que él siente que va contra una de esas corrientes.
Hace poco tuve la oportunidad de ver al salmón en acción, y después de ese día creo que él debería ser considerado (o al menos yo lo considero) El Rey Salmón, por ser el único que canta fuera del agua.
Era la noche de sábado 11 de octubre y hacía frío en Guadalajara. Estaba fuera del Teatro Diana donde un puñado de almas bebía, conversaba y mataba el tiempo antes del concierto.
Era la primera vez que el salmón llegaba a la tierra del tequila. La expectativa era tremenda. Ya se había anunciado en los diarios. Tuvo más cobertura que el concierto de Mötley Crüe... Aunque ahora que lo pienso tiene sentido que le hayan ofrecido más espacio a él que a los satánicos californianos, después de todo ellos no cantan en español.
En fin, el asunto es que esperé afuera del teatro hasta que no quedó nadie y los vendedores de camisetas y demás parafernalia empezaban a recoger todo.
De pronto escuché a alguien gritar "ya empezó guey!". El grito no era conmigo, era un diálogo entre dos mexicanos, uno de ellos comprando cerveza en el lobby, el otro en la puerta del mismo teatro. Yo tomé el aviso como propio de modo que me introduje a la fiesta en la oscuridad.
Yo tenía un boleto en primera fila. Había visto especial interés por internet donde estaba ubicado mi asiento gracias a la tecnología utilizada por la administración del Teatro Diana.
Yo sabía que mi puesto estaba en primera fila, pero no sabía qué tan tan adelante. Tampoco sabía si podría llegar ahí debido a que me había demorado en entrar.
El lugar estaba atestado. El teatro es gigantesco y tenía al menos tres pisos de personas agolpadas brincando a los primeros acordes que me acababa de perder por estar afuera.
"Quiero arreglar todo lo que hice mal todo lo que escondí hasta de mí..." cantó Andrés Calamaro. Yo lo veía y lo escuchaba mientras me escurría entre las filas y filas de personas. A cada nuevo paso un tipo o una mujer de seguridad revisaba mi boleto con una lámpara de mano. "Siga, siga" me decían. Apenas podía ocultar mi alegría.
Estaba en un maldito concierto de Andrés Calamaro! El mismo de quien aprendí tantas cosas, como por ejemplo, cómo hacer letras para canciones sobre situaciones normales, diarias y al mismo tiempo que tuviesen sentido. Todo un artista.
Al final estaba tan cerca del escenario que lo único que faltaba era que me metiera detrás de las bocinas. Un último empleado del teatro mira mi boleto - estoy en primera fila - y saca a dos jovencitos que habían aprovechado mi lugar.
Maldición ahora sí estaba en primera fila! Podía ver todos los detalles que no se observan cuando uno paga el boleto más barato.
Se veían los pedales de las guitarras, cómo estaba diseñado el escenario con luces y todo, los tapes en el piso para indicar donde pararse, los botones de las camisas, el aparato del micrófono que le falló varias veces a Calamaro, un calamar de hule amarrado a un micrófono.
El show había empezado y yo estaba saltando allí frente a la banda. Lo mejor de este concierto fue que lo que escuché no se asemeja en intensidad a ninguna grabación que haya escuchado del salmón.
En persona se pone más agresivo y se vuelve verdaderamente rockero acompañado por dos guitarras (más la de él eran tres), un bajo, un tecladista y un baterista sacado como de una banda de metal.
Y no es que no haya tocado esos temas de siempre. Sí, los tocó todos, pero a un volumen destructivo y con una banda de rock de verdad detrás. Incluso cuando bajó el tono y sació a la multitud con algunos tintes de reggae y tango sonaba extremadamente bien.
Los momentos destacados o inolvidables son varios. Trataré de recoger los más impresionantes con mi memoria que es bien mala. Seguramente si vuelvo a leer este artículo pensaré: "ah y se me olvidó decir esto...", pero aquí pondré lo que me acuerdo hasta hoy y ya.
En un momento Calamaro arremetió con los suaves acordes solitarios de "Estadio Azteca". Esta es una canción que en cualquier otro país suena bien, pero si la cantas (y la escuchas) en México, rodeado de miles de mexicanos cobra un sentido completamente distinto, casi glorioso:

"Prendido
a tu botella vacía,
esa que antes, siempre tuvo gusto a nada.
Apretando los dedos, agarrándole, dándole mi vida,
a ese para-avalanchas
Cuando era niño,
y conocí el estadio Azteca,
me quedé duro, me aplastó ver al gigante,
de grande me volvió a pasar lo mismo...
"

Yo quedé aplastado por la cantidad de gente que gritó la canción a todo pulmón.
No había otra cosa más grande en el mundo que ese estadio en el D.F. y no había mejor momento para esos mexicanos, cuando su ídolo cantaba sobre aquel estadio escenario de legendarias batallas.
El teatro Diana no es el estadio Azteca, pero casi se rompe de emoción.
Más adelante una turba de mujeres empezó a lanzar su ropa interior al escenario. Calamaro tomó una pieza y dijo "esto es rock and roll!". Sí que lo era.
Una máscara de luchador le llegó a los pies. La recogió y aunque miles de gritos lo empujaban a usarla, él la tiró donde estaba su equipo (detrás de las consolas en el escenario)... un par de temas más adelante la banda entra con "Alta Suciedad" y frente a todos estaba un luchador profesional tocando la guitarra.
El rey salmón se había puesto la máscara. Le hizo caso a su público loco, cautivo.
A pesar de que el show era en un teatro con asientos y de que la seguridad era tremenda, dos tipos lograron subirse al escenario.
Uno de ellos, subió y lo abrazó antes de que dos gigantes lo taclearan a un lado del escenario y luego lo empujaron abajo.
Cayó justo frente a mí. "Perdón, perdón" dijo y se fue. El otro que logró subir estaba completamente ebrio. Se paró frente a Calamaro y se puso firme como un soldado y le ofreció un saludo militar.
Eso fue todo antes de que lo arrastraran abajo.
Calamaro se paseaba por todo el escenario y estaba de tremendo buen humor.
Cuando llegó el momento de presentar a la banda se autopresentó como "Lady Di" (vestía un suéter con el rostro de la finada princesa) y admitió (naturalmente en broma) que cuando se retirara de la música, se mudaría a México para convertirse en luchador profesional y actor porno.
Las risas y vítores de las miles de almas en el teatro le confirmaban que nadie le había creído.
En su andar por el escenario, el rey Salmón notó a un tipo que extendía su mano hacia el escenario. Se acercó y la chocó como lo hacen los buenos amigos.
Ese era yo!
Maldición primera fila!
Recibí la bendición del rey.
Ahora tenía licencia (tengo aún) de hacer lo que me diera (de) la gana... la noche sabía a libertad y a climax.
El show continuó por casi dos horas más hasta que se despidieron con aquella canción sobre los documentos. El teatro sucumbió a la locura, al baile, a la intensidad de la música.
Me pareció escuchar un doble-bombo metálico al cierre (impresionante por cierto).
El rey salmón acababa de dar su segundo concierto en Guadalajara.
Estaba exhasuto, él y yo, de saltar y cantar, pero felices.
Cuando todo terminó mis oídos no eran los mismos. No escuchaba bien y apenas podía hablar. Tampoco yo era el mismo. Ahora entendía que no importa en qué corriente te muevas, debes ir en contra. Probablemente muchas cosas sean exactamente lo mismo para mí ahora mismo, pero después de semejante lección de casi dos horas de rock, libertad y alegría, creo que no serán lo mismo por mucho tiempo.
¡Gracias rey salmón!