Mis ecuaciones terminan con uno.
Y nuevamente cierro las puertas.
La escena se repite con alguna frecuencia.
Como conozco el protocolo y el
desenlace, no me queda otra salida que la risa.
Se abre el telón.
Empieza la obra.
Viene el gesto, la mención, un mensaje,
una respuesta, una sonrisa, la larga charla y a veces las menos, confesiones con
visos premonitorios de una inminente colisión de dos coincidencias.
Pero, de nuevo, la ecuación que
empezó conmigo y que imaginé involucraba otros números, termina igual. Uno: Que
como acertadamente dicen es ninguno.
El teatro se desgaja en
imprecisiones.
Se cierra el telón.
Se descompone como una nube perezosa
que muta y desaparece.
Entonces, como la aventura me dejó
en el desierto, me regreso a casa.
Porque lo que se mueve es el teatro
mismo.
Cuando entras estás en un sitio,
cuando termina la obra apareces en otro lado.
Es como viajar en tren.
Y cuando el episodio acaba me hundo en
promesas para evitar la repetición.
“¡No me subo más!”.
Como la sucesión de los días, sale
el sol y me encuentro en el teatro de nuevo.
El guion se repite: Gesto, mención,
mensaje, respuesta, sonrisa, larga charla.
A pesar de que conozco de memoria
los pasos de aquella absurda obra, siempre caigo porque dentro de ese orden
puede aparecer un guiño, un acercamiento o un elemento novedoso que me atrapa
en su trama, solo que con el mismo desenlace.
Hacer siempre lo mismo esperando un
resultado distinto es una forma de definir la locura.
Pero este no es el caso. Pero es exactamente lo mismo. Y es imposible
negarlo por mucho que quiera.
Quizás me esté engañando a mi mismo.
Tal vez la trama está a punto de dar
un giro que requiere mi asistencia y convicción.
Pero estoy cansado.
Encuentro fisuras dentro de la
ecuación.
Corrosión.
Con desgano observo a los actores
reunirse en alegre comparsa.
Todos a bordo.
El teatro del fantástico movimiento
perpetuo arranca un nuevo episodio.
Y yo, con boleto adquirido, me
siento en la primera fila.
Exultante.
Aunque sospecho.
Pero mis sospechas se borran con una
historia que aunque parecida a las anteriores se muestra con inusitada
inminencia hacia un vacío de novedad.
Casi no puedo creerlo. Nuevas
actrices con voces distintas.
Estoy al borde del asiento.
Y después de un gran silencio.
Se cierra el telón.
“Gracias por venir. Siempre es un placer verlo”.
Temo preguntar: “¿creen que me pueda
quedar aunque sea esta vez?”
Se encienden las luces.
No atino a gesticular palabra
alguna.
Salgo del teatro que se detiene para
que me baje.
Y de nuevo camino a casa con alguna
canción.
La mayoría de las veces son
canciones devastadoras.
Últimamente son más bien tonadas irónicas
y divertidas.
Últimamente me doy cuenta de que soy
más grande que todo aquello que imagino a mi alrededor.
¿Cuál será la próxima parada?