martes, 7 de agosto de 2012

Las Ecuaciones y el Teatro del Movimiento Perpetuo


Mis ecuaciones terminan con uno.
Y nuevamente cierro las puertas.
La escena se repite con alguna frecuencia.
Como conozco el protocolo y el desenlace, no me queda otra salida que la risa.
Se abre el telón.
Empieza la obra.
Viene el gesto, la mención, un mensaje, una respuesta, una sonrisa, la larga charla y a veces las menos, confesiones con visos premonitorios de una inminente colisión de dos coincidencias.
Pero, de nuevo, la ecuación que empezó conmigo y que imaginé involucraba otros números, termina igual. Uno: Que como acertadamente dicen es ninguno.
El teatro se desgaja en imprecisiones.
Se cierra el telón.
Se descompone como una nube perezosa que muta y desaparece.
Entonces, como la aventura me dejó en el desierto, me regreso a casa.
Porque lo que se mueve es el teatro mismo.
Cuando entras estás en un sitio, cuando termina la obra apareces en otro lado.
Es como viajar en tren.
Y cuando el episodio acaba me hundo en promesas para evitar la repetición.
“¡No me subo más!”.
Como la sucesión de los días, sale el sol y me encuentro en el teatro de nuevo.
El guion se repite: Gesto, mención, mensaje, respuesta, sonrisa, larga charla.
A pesar de que conozco de memoria los pasos de aquella absurda obra, siempre caigo porque dentro de ese orden puede aparecer un guiño, un acercamiento o un elemento novedoso que me atrapa en su trama, solo que con el mismo desenlace.
Hacer siempre lo mismo esperando un resultado distinto es una forma de definir la locura.
Pero este no es el caso.  Pero es exactamente lo mismo. Y es imposible negarlo por mucho que quiera.
Quizás me esté engañando a mi mismo.
Tal vez la trama está a punto de dar un giro que requiere mi asistencia y convicción.
Pero estoy cansado.
Encuentro fisuras dentro de la ecuación.
Corrosión. 
Con desgano observo a los actores reunirse en alegre comparsa.
Todos a bordo.
El teatro del fantástico movimiento perpetuo arranca un nuevo episodio.
Y yo, con boleto adquirido, me siento en la primera fila.
Exultante.
Aunque sospecho.
Pero mis sospechas se borran con una historia que aunque parecida a las anteriores se muestra con inusitada inminencia hacia un vacío de novedad.
Casi no puedo creerlo. Nuevas actrices con voces distintas.
Estoy al borde del asiento.
Y después de un gran silencio.
Se cierra el telón.
“Gracias por venir.  Siempre es un placer verlo”.
Temo preguntar: “¿creen que me pueda quedar aunque sea esta vez?”
Se encienden las luces.
No atino a gesticular palabra alguna.
Salgo del teatro que se detiene para que me baje.
Y de nuevo camino a casa con alguna canción.
La mayoría de las veces son canciones devastadoras.
Últimamente son más bien tonadas irónicas y divertidas.
Últimamente me doy cuenta de que soy más grande que todo aquello que imagino a mi alrededor.
¿Cuál será la próxima parada?