Transcurría una apacible
tarde de martes
Eran los finales de un
pánfilo mes de agosto
Quise llamar a un
amigo para bebernos unas cervezas en cuanto terminara mi jornada
Un mensaje me despertó
de mis elucubraciones etílicas
“El servicio ha sido
desconectado temporalmente”
Imaginé que el
destinatario de mi llamada habría cambiado de teléfono sin avisarme
Me extrañó de
inmediato
Él es muy allegado y
me habría advertido de semejante cambio
Intenté llamar a su
hermano
El mismo mensaje con
la misma voz femenina sensual y robótica
“El servicio ha sido
desconectado temporalmente”
Dos teléfonos con el
mismo problema
Aventuré una tercera
llamada a un colega de trabajo
Nada
Llamé a mi hermano
Nada
Solo el mensaje que
empezaba a taladrarme el cerebro
No podía hacer
llamadas
Llamé al servicio al
cliente
Me atendió un tipo
absolutamente tosco
Solo por su tono cuando
dijo “¿en qué podemos servirle?” advertí que era un insoportable
Conozco a ese tipo de
gente: fanfarrones que con grandes aspavientos y mucho ruido imponen su modo de
pensar – o al menos creen que lo hacen – ignorando que uno como interlocutor no
perdió la discusión, sino mas que dejó de prestarle atención y en el fondo se
burla de el.
Le expliqué la
situación: no puedo hacer llamadas, ¿sabe de qué se trata?
“Permítame revisar su
cuenta”
Inserten aquí un silencio
incómodo en el que solo se escuchaban sus brutas tecleadas con sus gigantescos
dedos y su respiración de búfalo enfermo.
“Si aquí le aparece
que debe 92 con 85 y como sobrepasó el límite de minutos de llamadas el
servicio se encuentra suspendido”.
-
“¿Pero
cómo es posible si aún la factura del mes…” le dije
“Eso es lo que le
aparece. La factura sale hoy. Pero hay manera de subir ese límite. ¿Desea subir
ese límite o prefiere pagar la factura?”
-
“¡Claro
que voy a pagar la factura… tengo que pagarla!” añadí a su proposición
Y esto me respondió
con su irrefutable personalidad barbárica: “YO NO LE ESTOY DICIENDO ESO SEÑOR,
LE ESTOY DICIENDO QUE PUEDE SUBIR EL CRÉDITO SI QUIERE”
A estas alturas
preferí atenerme a aquel viejo principio de prudencia antes de estallar
-
“Gracias,
no voy a subir el límite, solo pagaré la factura”.
Escuché su tono
hipócrita repitiendo las mismas líneas que le dieron para aprenderse cada vez
que atiende una consulta telefónica.
Cerré el teléfono
Me preguntaba ¿cómo iba
a poder reclamar semejante saldo si ni siquiera sabía por qué me cobraban esta
suma?
Regularmente en un mes
de llamadas no gasto más de 45 dólares. Los mensajes de texto son los que
priman en el desenvolvimiento diario de mis menesteres. Las llamadas son para
momentos exclusivos y muy raras emergencias.
Ni modo.
Llegué a mi casa, me
cambié de suéter, me puse una gorra y salí disparado a la sede de la compañía
telefónica que está a unas cuadras de mi casa.
Apenas entré recibí
una recriminación con la más grande de las delicadezas de nuestro país:
“¡SEÑOR LA GORRA!”
Ni siquiera “disculpe
por favor sería tan amable…”
No para nada
“SEÑOR LA GORRA”
indica que uno debe remover aquella pieza de la cabeza para evitar ser
confundido con un malhechor.
Me quité la gorra.
Cuando el guardia que
había dado unos pasos hacia mi dirección se cercioró que me quitaba la gorra,
le sonrió y coqueteó con una de las vendedoras detrás de mostrador circular.
Llegué a la caja.
Di mi número de
teléfono
Su factura es de 92
con 85
Lo pagué con una
tarjeta
Cuando plasmaba mi
firma en el pequeño recibo de pago quise preguntarle ¿por qué no me habían
advertido de que me acercaba al límite de mis llamadas?
“Yo no sé joven. Vaya allá
donde están nuestros agentes”
Mi rabia se unió al
hambre de la tarde
La combinación habría
tenido efectos nefastos si se combinaba con una larga espera
Me largué tan pronto
como pude
En la calle la gente
en la acera caminaba más lento de lo normal
Mi rabia aumentaba
Podría haberle dado un
puñetazo a alguien
No sabía cómo me
habían sacado tanto de quicio
Llegué a la casa
Me traté de calmar
Intenté una llamada
“El servicio ha sido
desconectado temporalmente”
-
“¡ME
LLEVA EL DIABLO!”
Llamé al servicio al
cliente
Sin que sonara el
teléfono me atendió una chica
Le facilité mi número
de cédula
“Perdón señor… ¿me dijo que su cédula termina con 95?”
-
“si
¿por qué?”
“Necesito preguntarle
su fecha de nacimiento porque tenemos una discrepancia con su número de cédula”.
-
“¿Pero
si hace unos momentos llamé a un agente de servicio al cliente (trato de ser
siempre cortés con ellos a sabiendas de que estoy siendo grabado) y mi cédula
no tuvo ningún problema”
“Si señor es que
aparentemente nos dio una información que tiene una diferencia con el dato que
tenemos acá”
Es decir que YO di mal
mi propia cédula.
La telefónica y mi
interlocutora que no me conocen saben mejor mi número de cédula que yo.
Impresionante.
Me despedí de ella
Le di las gracias
Cerré el teléfono
cuando ella aún se despedía
Esa fue mi única
venganza por hacerme perder los estribos en una tarde absolutamente apacible.