lunes, 19 de marzo de 2012

Le voy al equipo maldito

Mi equipo favorito de fútbol está maldito.
Si miro a mi alrededor acaso cuento con los dedos la cantidad de personas con mi afinidad por la camiseta blanca y que como yo toleran las pataletas de su director y con fina mesura resisten los inmisericordes ataques y la broma fácil que nace de su mayor antagonista, por el prurito de pegarle a un gigante millonario; como si aquel no lo fuera.
Cada victoria de mi equipo es fácil, es porque el rival era malo y si pierde entonces denota su malísima calidad.
Cada victoria del equipo contrario es una lucha contra un equipo dificilísimo, es una victoria gloriosa firmada por el mejor jugador de la historia de este deporte que a la sazón no ha levantado la Copa del Mundo, pero eso, naturalmente en este contexto, no merece análisis ni admite discusiones.
Mi equipo está maldito porque cuando gana una Copa ésta no era de importancia, pero si la gana el otro; era de una importancia vital y el perdedor no fue otro que mi maldito equipo reducido a su peor versión.
Está mal visto en algunos círculos remar a mi equipo porque se le ve como el fanfarrón, el grandullón que aplasta a todos con su megalomanía absurda.
Y mis buenos amigos que son fanáticos del otro equipo, porque me quieren, no me atacan por mi afición, y cuando ven algún partido me comentan los aspectos positivos del equipo y me miran con respetuosa compasión.
Esos son buenos amigos de verdad.
Yo sigo a mi equipo cada fin de semana.
Aunque esté maldito.
Y cada vez que puedo sigo los resultados de cuanto partido lleven a cabo.
No me interesa lo que se diga porque de aquello no depende mi existencia ni mi alegría.
Pero cuando ganan me alegro.
Y me molesto cuando pierden.
Y me frustro cuando pierden contra su mayor antagonista en cada Clásico.
Cuando ganan celebro sus goles y sus victorias y me preocupan sus lesiones.
Ahora se acercan varias fechas que se tornarán vitales para el equipo.
Entonces imagino cómo sería volver a verlos triunfar como los vi hace diez o doce años atrás cuando ganaban mucho y la mayoría los veía bien y el equipo maldito era el otro, por el que todos reman ahora.
El fútbol es un deporte delicioso.
Ningún otro deporte es tan trepidante y completo.
Pasan 45 minutos sin detenerse por pausas comerciales ni para ir a otro episodio ni nada; pasan quince minutos de descanso y de regreso a la lucha.
Solo se detienen ante la grave lesión de algún jugador pero se reanuda todo una vez que es sacado de la cancha.
Y es ahí en ese deporte, en ese océano verde que es la cancha y en esos riscos inmensos en que se eleva el público que crea oleadas de gritos y remolinos de silbidos, en donde juega aquel equipo que tanta alegría y tristeza me ha dado.
Se acercan más fechas.
Y yo encenderé de nuevo la televisión, con la esperanza de un nuevo triunfo que borre el maleficio.