17 días de sobriedad
Diecisiete días de sobriedad.
Diecisiete días sin saborear licor.
Superé por dos días mi marca anterior de quince.
Y a diferencia de aquella ocasión, no extraño el licor.
Cosa rara.
Desde 1995 no había pasado más de quince días sin beber.
Para mis quince días sin licor bebí Guinnes en alusión a la consecución de un récord.
Ahora es distinto.
La idea de dejar de beber por un período determinado de tiempo obedece a otros impulsos.
Pero la sobriedad total no ha sido en absoluto (como pensaba antes) una señal de senilidad, desquicio, aburrimiento total o de santurronería simplona.
En esencia uno sigue siendo el mismo naturalmente, solo que sin el aditivo líquido de contenido alcohólico. Sin dar tumbos hasta que te conviertes en el hazme reír de la fiesta.
La sobriedad me ha ayudado a entender que el licor no es el generador de mis mejores ideas o del humor ni del estruendo de la risa que alcanza varios edificios en mi periferia.
Si acaso, la sobriedad ha sacado un filo a mi cerebro que ignoraba, una agudeza y al mismo tiempo – como si se rompiera una represa – ha desencadenado una avalancha de pensamientos extremadamente divertidos.
La única manera de explicar lo que siento es observar en total calma como un camión lleno de rocas se va loma abajo sin frenos.
¿Qué lo espera abajo?
No sé.
Pero encuentro el símil divertido y trepidante.
No tenía idea que tales cosas pasaran por mi mente.
El alcohol es por antonomasia un depresivo que te alegra para luego darte la ilusión de que eres un bueno para nada y de que tu soledad es terriblemente irremediable y triste. También, por el abuso, te complica temas que eran de fácil resolución y te obliga a llenarte más de licor para alcanzar una soporífera felicidad.
Lo bueno de la sobriedad es que me lleva a conclusiones deliciosas y tumbó todo argumento estructurado por la mente alcohólica con una sola frase: “¿Qué importa nada?”
Empecé a replantearme el universo.
¿Qué es lo realmente importante?
Mantenerse vivo y saludable lo suficiente para reír.
¿Y lo demás?
¿Qué es lo demás?
Las demás cosas son códigos establecidos para no aburrirnos como trabajar para subsistir, pagar deudas y soñar con ser millonario.
Si encuentras una manera de reírte de ti mismo en todas estas situaciones, lo lograste.
Y hay momentos tristes, pero provocados por los menesteres de nuestra naturaleza mortal y en ocasiones por la interacción de poderes fuera de tu alcance; es decir, lo fortuito, lo que no puedes cambiar.
Por lo demás ahí están los payasos códigos de siempre y que exigen en el mundo profesional: la rectitud, la integridad, la proactividad, las reglas preestablecidas, la camisa por dentro, el orden y el ornato... sí aquellas cosas que aburren con solo escucharlas.
Me siento bien estando sobrio.
Eventualmente volveré a beber.
Siempre hay días calurosos que merecen una cerveza.
Siempre habrá noches que pidan vino o tardes de güisqui.
Siempre habrá una barra de madera esperando por que yo pida un trago.
Cuando vuelva a beber lo haré de esa manera: en un bar.
Me iré solo y pediré un trago o una cerveza.
Sé que no será lo mismo.
Mi plan es replantearme el licor. Redefinir el exceso y llevarlo a niveles controlables.
Quiero seguir disfrutando de mi sobriedad, pero quiero llegar al balance para no desquiciarme sobrio ni desbocarme ebrio.
La tarde se desvanece en cucharadas de sol cálido.
Faltan trece días.
Y aún no extraño el licor.