No es una hazaña.
No es un acto de autoflagelación.
No implica sufrimiento.
Tampoco es un acto de fe, ni corresponde a la cuaresma.
Son 24 días sin ingerir licor.
Dos docenas de días sin probar sus entristecedores alegres efectos.
Quinientas setenta y seis horas sin envolverme en el soberbio hálito de su envolvente desencanto.
Treinta y cuatro mil quinientos sesenta minutos de celibato al paladar.
Tres semanas y tres días sin despertar con el paladar reseco, ojos rojizos como el planeta Marte y una jaqueca similar al puñetazo de un mandril en la cien.
Ahora, las personas que se ejercitan y lo proclaman con exacerbación a los cuatro vientos me dan náuseas.
Llegué a la conclusión de que no puedo estar sano rodeado de gente muy sana.
Para mí, una empresa como esta amerita grandes sorbos de soledad y autorreflexión.
Es algo que hasta cierto punto me hubiese gustado mantener en privado.
Pero poco a poco, me encuentro en una cancha a las 5:30 de la mañana.
El aire frío corriendo en contra.
Las piernas acostumbrándose al dolor de cada paso hasta desaparecer.
Corro. Y la música en mis oídos solo me indica que siga.
Y en ese momento me dejan de importar muchas cosas.
Ya perdí doce libras con un régimen alimenticio al que me he acostumbrado.
Y sospechosamente no extraño ni el licor ni las atragantadas de comida.
Muchas mañas estaban conectadas unas con otras, ahora comprendo.
Muchas preocupaciones estaban siendo generadas por el mal sueño, el licor y la comida en deshoras.
Estoy defraudando a algunas personas con mi actitud y mis palabras.
Ellos me recuerdan como el alegre ebrio dormido en el balcón.
El mentón en el pecho.
La botella a punto de caer al suelo.
Me dicen que el hecho de que no beba los ha tomado por sorpresa.
Pero los que realmente están conmigo, me traen té frío o agua mientras ellos beben cerveza.
Y no promedia la burla ni el escarnio por mi sobriedad.
La celebran.
Aplauden en secreto.
Y cuando se despiden me dan ánimos.
Para aquellos que se han mantenido sobrios por mucho más tiempo – quizás años – leer esto no significa nada.
Para aquellos que no han parado de beber esto es una declaración absurda, un arrebato infantil, una tontería, una pataleta.
Pero este es mi espacio.
Y yo soy quien escribe.
Y yo soy quien dicta qué va y qué no va en la siguiente línea o párrafo.
Así lo explicaba Bukowski: “When I write, I’m the hero of my shit!”
Con semejante declaración no necesito explicarme y mucho menos disculparme por absolutamente nada.
En definitiva, si para mí 24 días sin licor son algo importante; les digo con todo cariño: es mi maldito problema.