Fuimos invitados a tocar en El Sótano el viernes pasado.
Nos invitó Poti de Lemmiwinks para abrir el show que tendrían junto a Los Tímidos.
Nos avisó con suficiente tiempo como para regresar a los ensayos de los que estamos alejados por cuestiones de trabajo; cada uno sumergido en sus propias realidades y compromisos.
Acercándose la fecha – apenas unos días antes – yo regresaba de un viaje que me drenó cualquier intención de mover mis músculos hacia un ensayo. Ese día tampoco se pudo.
“¿Iremos entonces a ring pelao?” me pregunta Maelo – el bajista con la estampa más malévola del mundo pero un corazón más grande que el de Gandhi.
“Bueno, parece que sí” le respondí ignorando internamente la misma preocupación que el me expresaba para tratar de relajarlo.
El toque era viernes. Pedro – guitarrista del grupo y quien bautizó a la banda “2 Ton Yakama” por allá por abril de 2010 – llegó a mi casa en la noche del jueves.
- “Hablé con Poti” me dijo.
- “Dice que el soundcheck es nuestro, así que podemos ensayar por ahí mismo”.
Me pareció una salida fabulosa.
Se lo comunicamos a Maelo y a Tony – nuestro baterista y amigo personal.
Nuestra banda se caracteriza por dos cosas: Ensayos rigurosos y un volumen altísimo de sonido.
Lo primero – los ensayos – permiten que lo segundo – el sonido – sea más uniforme y entendible bajo la indecible cantidad de decibeles capaces de derribar un edificio. Nosotros tomamos como meta ensayar todos los fines de semana. Esto nos ha facilitado las cosas a la hora de enfrentarnos a presentaciones con pocos o casi ningún ensayo; ahora me doy cuenta.
El día llegó y la prueba de sonido era a las seis de la tarde.
Eran las cuatro y quince cuando por cuestiones de trabajo ya me encontraba en mi casa. Así que me dormí una hora, y para cuando me desperté estaba antojado con una hamburguesa.
Mi letargo tratando de abandonar la casa fue monumental, de modo que suprimí la idea de la carne con panes y me lancé a la prueba de sonido/ensayo.
Cuando llegué al bar me encontré con Alex, uno de los guitarras de Lemmiwinks. Estaba sacando su equipo del carro para meterlo al bar.
- “Hey tú eres el de Veo la Luz!” me dijo con una amabilidad tremenda.
- “Bueno, creo que sí”, fue lo único que atiné a decirle.
A él no lo conocía – de hecho no me sabía su nombre y me avergüenza tremendamente como mi memoria me juega estas bromas en las que me deja las fotografías de las caras pero les borra el nombre. Es un buen tipo y me cayó bien, eso puedo decir; ah y también es excelente músico a juzgar por lo que pude escuchar de su ataque en el escenario.
En fin, poco a poco los miembros de nuestra banda nos reunimos en el bar.
También el resto de Lemmiwinks.
De alguna u otra forma todos nos conocemos y si no nos conocíamos daba igual, ya nos llevábamos bien.
Nos sentamos a charlar mientras llegaba “El Chamo”, el venezolano que hace el sonido (otra gran falta aquí ya que no me sé su nombre).
En nuestra conversación a la espera del sonidista me percaté de algo.
No importa cuan serio esté un tópico de conversación; pon a más de cuatro hombres en una misma mesa a conversar y de alguna manera aparecen dos temas universales desde nuestra niñez: “pipi” y “pupú”.
Por motivos sociológicos que no llego a comprender las risas y el nivel de los chistes aumentaron en sonoridad y estridencia hasta dar golpes en la mesa.
En El Sótano venden comida ahora. Pusieron un letrero que dice Wegala con un menú de comida china deliciosa.
Pedimos un montón y nos la bajamos con cerveza.
Llegó el Chamo y con los estómagos llenos subimos al escenario.
Ensayamos dos temas que pensamos necesitaban ensayarse: El Carnero de Satán y Preservado en Alcohol.
Noté que nuestro amigo venezolano puso un efecto en la voz a cada grito que yo emitía. Era un eco bestial que me sorprendió bastante.
El mismo parecía feliz de verme y mientras me chocaba la mano me dijo “Veo la Luz!”.
Luego de la prueba de sonido y ensayar esos temas nos fuimos a mi casa.
A mi regreso ya el bar estaba a mitad de su capacidad.
Para cuando estábamos listos para empezar nuestro set noté que el bar estaba repleto.
Fue una gran sensación.
Llevaba tantas cervezas que no sé si estaba nervioso o no. Sí debo admitir que guardaba algunas elucubraciones secretas en un cajón que llevo en el cerebro, una preocupación, un pequeño estrés, una imagen de una situación incómoda y que me llenaba un poco de rabia, pero que inhibía bastante el nerviosismo previo al show.
Por motivos de mi personalidad no estoy en posición de revelar los detalles de lo que guardo, pero algo sí debo decir: estoy agradecido de haber puesto mi atención en aquella idea porque cuando empezó todo, tenía imágenes mentales de aquella situación que me llenaban de rabia y mi única intención era destruirlo todo a gritos.
Qué buen regalo es la música. Es un ejercicio tan catártico y de desentendimiento de la realidad monumental.
Qué bien te sientes cuando cantas tu propia música y no te importa absolutamente nada a tu alrededor o enfrente o a los lados.
También fue hermoso ver a mis amigos y amigas casi en primera fila, pero a la vez a un montón de desconocidos que parecían disfrutar lo que estábamos haciendo.
Quisimos hacer un set corto, pero un minuto antes de empezar Pedro se acercó a mi como agente secreto de la CIA: “Me pidieron que nos extendiéramos más en nuestro set”.
“Bueno” le dije “metamos un par de canciones más de las siete que teníamos y listo”.
Así lo concordamos.
Se apagaron las luces.
Se encendieron las rojas del escenario.
Yo dije “Nosotros somos 2 Ton Yakama y tocamos rocanrrol!”.
Y como si se desplomara una montaña se escuchó la primera estridencia de bajo, guitarra y batería a la vez en el primer paso del Carnero de Satán.
Y así seguimos tocando.
Me di varios golpes en la cabeza con el micrófono. Ni uno solo me dolió.
Y la cerveza se terminó al tercer tema.
Me robé una de Maelo.
El no se dio cuenta.
Y me la bajé en medio de “66...Sí”.
Pedimos más cerveza y Poti las trajo al escenario. La verdad que es tremenda persona y le agradezco que nos haya invitado y sobre todo la cerveza, que estaba helada.
Para cuando soltamos al Cristo de 2 Cabezas ya se habían formado varios jaleos de “slam” en el medio de la sala.
Yo quería saltar allá en el centro pero tenía que seguir cantando, así que resistí las ganas.
Hacia el cierre sabía que tendría una oportunidad.
Yo estaba casi muerto.
Mi sobrepeso me está matando. Me dolía la espalda y estaba cansado.
Pero tenía otra cerveza en la mano y empezó la Pelea de Machetes.
Cuando supe que venía la parte del último coro me lancé a la gente.
Canté entre ellos y me gritaban de vuelta.
Estaba feliz.
Después era solo música así que tiré el micrófono (perdón Chamo) y finalmente entré en el slam.
Fue tremenda noche de viernes para mi.
Habíamos vuelto a hacer ruido, a resonar en los tímpanos de muchos que nos escuchaban por primera vez.
Cuando acabó todo me encontré sentado en el escenario.
Las luces se apagaron y regresó la música de ambiente.
Se acercó un tipo que conozco pero cuyo nombre no recuerdo. Estaba de pie con dos muchachas.
“Ella vino de Argentina” – me dijo.
Se veía gigante porque yo estaba sentado.
Me extendió la mano con una cerveza fría. Le di dos largos sorbos y se la devolví.
“Parece que necesitabas algo de beber” me respondió.
Seguí sentado y apareció Crisy de SK.
“Hey! Qué tal? Mira lo que tengo aquí!”
Otra cerveza.
Me debí ver como recién llegado de algún desierto porque no era posible que todos me ofrecieran cerveza.
Fue genial. No me quejo.
Noches así vale la pena recordar siempre.
Poti subió con Lemmiwinks al escenario y continuaron la destrucción que habíamos empezado. Su música es un punk acelerado y violento, pero de algún modo controlado con una precisión de cirujano. Es realmente un divertido placer verlos en vivo.
No me pude quedar mucho tiempo más.
Me llevaron a mi casa y hacia las 2:00 a.m. me refugiaba nuevamente en mis ideas.
Pero nada importaba.
Esa fue una buena noche de viernes de rock.