Es fácil perderse en las innecesarias trampas del pensamiento.
Hace solo dos días daba vuelcos torpes que dibujaban un mundo hostil y deprimente semejante a un infierno infinito en que todo estaba oscuro y extremadamente frío y pensaba en toscos golpes de realidad que me lanzaban a un abismo absurdo.
Mis elucubraciones crearon una realidad inexistente que me empujó a actuar de alguna manera alejado de mis principios por la terquedad generada por aquellas trampas del pensamiento que solo obedecen a impulsos internos de la naturaleza más primitiva.
Deduzco que incluso pude – aunque no me lo han reclamado – haber actuado de forma grotesca ante algunas personas que me rodean y que quiero muchísimo.
Y por eso debo pedir las disculpas necesarias.
Hoy el sol y el cielo repleto de azul de alguna forma le dieron vuelco a todas esas ideas y me dieron una perspectiva totalmente diferente de lo que es la realidad.
Había en el aire que respiré hoy un compuesto con nutrientes de alegría.
Yo no sé qué fue pero después no podía más que dibujar una sonrisa mientras recordaba cada minuto anterior de rabia y confusión.
Ya me siento mejor.
Estoy de vuelta en mis cabales y después de una gran lección, pretendo proseguir con total normalidad.
El Infierno existe solo cuando lo imaginamos.
Muchos hablan de la felicidad y su búsqueda incesante. Otros se aventuran y dicen que la felicidad es el camino.
Yo creo que la felicidad es un universo fragmentado que se nos da en cortas cucharadas temporales con duraciones máximo de 24 horas y mínimo en cuestión de minutos.
El calor de un domingo radiante para el que tuve que ponerme las gafas me regalo esta lección.
Estas son cosas que solo se aprenden cuando miramos sin temor y con suficiente madurez las acciones, interacciones y torpezas a nuestro alrededor.