En vilo por un partido de fútbol. De un lado el Barcelona que la gente ama; el equipo favorito, el que tiene en su plantilla al denominado “mejor del mundo”, al equipo con el director más comedido – a mi juicio constipado – del fútbol mundial, el equipo blaugrana, el que predomina en gustos hoy en Panamá porque no hay rival que le gane y porque están más calmados, y porque ya llevan a una ventaja de 0-2 sobre su archirrival, y porque esos jugadores sí disfrutan jugando y juegan muy bien en lugar de buscar únicamente un buen resultado. En definitiva, el Barcelona es el equipo de los buenos muchachos, al que hay que irle.
Del otro lado, mi equipo. El Real Madrid. Aquel que la gente detesta, que tiene a un jugador cuya masculinidad es cuestionada como si fuese relevante a la hora del partido, el equipo de las contrataciones costosas y los pobres resultados, el equipo fantoche, violento, desproporcionado y altanero. Aquel que tiene al hombre más odiado del fútbol por director técnico. El hombre incendiario que con rostro desencajado insultó a diestra y siniestra dejando a los fanáticos en la penosa tarea de justificar la rabia que él sentía - que era la nuestra también pero que quizás nosotros hubiésemos manejado de otra manera.
Ya faltan sólo minutos para el partido de vuelta en las semifinales de la Champions League y en Barcelona llueve a cántaros y en Panamá está a punto de desatarse una tormenta y yo sigo en vilo. En vilo porque no sé qué va a pasar. Puedo irme por el lado lógico y el de las apuestas a que el Madrid no remontará y el Barcelona ganará como siempre gana. Pero no puedo pensar así sencillamente por una cuestión de principios. Es mi equipo del que estoy hablando y mi fanatismo no da espacio a la derrota y aún guarda la esperanza de la remontada y me fijo en las alineaciones de los equipos que están ya en la cancha y un barcelonista – como me parece que son todos (y lo son) hoy en día en Panamá – se me acerca y desaprueba la alineación de su equipo por la defensa y leo en un periódico on-line que la única parte floja del Barcelona es aquella que apuntó el fanático que hizo el gesto desaprobatorio y ahí se sigue manteniendo mi esperanza, que es lo que nos queda a los que seguimos al equipo más odiado y querido de la tierra.
Lo único que me espera si el Barcelona gana este partido es la burla, el chascarrillo, los gestos condescendientes de mis amigos del Barca que no quieren herirme mucho y que advierten que yo no soy como los demás fanáticos del madridista que ellos conocen y que les han hecho insultos e improperios devastadores.
Si el Madrid gana, lo que veré es la rabia jamás desatada sobre la tierra de una fanaticada que se sentirá insultada, engañada porque se suponía que debían ganar, porque para eso se pusieron esa camiseta azul y roja. Aún recuerdo al final del partido de ida de esta semifinal de Champions cómo un fanático del Barca escribió en su Facebook “Todo vuelve a la normalidad”, porque el Madrid había ganado la Copa del Rey la semana anterior, y eso no era normal; no se supone que el villano deba salir triunfante. Para colmo de males en aquella ocasión y por accidente Sergio Ramos deja caer la Copa de campeones que terminó siendo arrollada por el autobús en el que viajaba el equipo triunfante, para mayor infamia hacia el Barcelona – el equipo que gana todo y debió ganar eso también.
Empezó el partido. Y yo sigo en vilo.