Mi memoria no está diseñada para recordar tantos rostros y tantos nombres. A medida que pasa el tiempo el espacio se agranda y trae a más personas alrededor.
Y así sucede que no reconozco a algunas.
Quizás porque no las he visto en mucho tiempo, tal vez porque de plano mi cerebro en alguna broma absurda desechó una memoria que podría haber sido valiosa.
Cada día que pasa es más frecuente que me encuentre con personas hasta en mi propia casa a las que les extiendo la mano y les digo mi nombre y lo único que tengo por respuesta es una sonrisa amable y unos ojos mirándome con incredulidad al mismo tiempo que escucho "ya nos conocimos".
Realmente mi cerebro me traiciona. Entonces me debato en una suerte de búsqueda infructuosa tratando de ubicar rostros, nombres, momentos.
Nada.
Sencillamente no lo recuerdo.
Y se asoma la vergüenza. Probablemente para la otra persona es un hecho intrascendente, después de todo el mundo no gira alrededor de ninguno de los dos. Sin embargo, para mí sí representa un problema porque una de las pocas cosas que uno puede reclamar como propias es la memoria - y no hay peor cosa que perderla momentáneamente.
La memoria es aquella fuente de recolección de datos que a medida que pasan los años tiene como misión mejorar y retocar con cariño momentos o secuencias de tu vida que para tí fueron insuperables, borrando o maquillando las partes desagradables.
Por eso es que cuando uno regresa mediante fotos o en la vida real a aquellas cosas de la niñez o la adolescencia que tanto nos gustaban (caricaturas, golosinas, columpios, ropa, música, etc.), al verlas desde ojos adultos, críticos y con la insalvable distancia de los años en ocasiones nos hacemos con reproche y disgutso la misma pregunta: "¿cómo es que me gustaba?".
Ahora cuando noto que mi lista de amistades en facebook llegó a 209 (claro habría que descontar a los muy cercanos y a los familiares) siempre habrá un margen de aquellas personas que en la calle, en algún concierto, en el supermercado o en mi casa (oh no!) a las que extenderé la mano con total ingenuidad presentándome como si no los hubiese conocido o peor aún, saludándolos con la amabilidad que sólo un extraño al pasar ofrece.
No es mi intención actuar de esa manera, sin embargo, como dije antes, mi memoria suele jugar esa broma de despiste. Así que si alguno me reconoce, hágame el favor de recordármelo.
Alguien se debe estar riendo ahora mismo, y créanme no soy yo.