viernes, 12 de noviembre de 2010

La libertad tenía otro significado

Guindar la cabeza por la ventana del carro era un deporte. Usar la mano para tratar de detener el aire a medida que el vehículo alcanzaba velocidades trepidantes en la autopista era un pasatiempo. El viento puede ser muy fuerte. En especial si tienes siete años y es tu mano la que guinda por la ventana abierta el carro y es un adulto el que pisa el acelerador por pura diversión. Y la carretera se hace interminable y el paisaje es interminable y apenas puedes ver vacas a la distancia en enormes paisajes verdusco; y debajo la carretera interminable que ignoras a donde te lleva y luego te refugias en ese espacio imposible entre el asiento delantero y la guantera. Reducido y caliente espacio que sirve de guarida para que la policía no te vea, aunque ahora de adulto sabes que no detendrían el vehículo por ver a un menor en el asiento delantero. No es ningún pecado jugar contra el viento y despeinarse con el vidrio abajo. Y luego venía una parada en algún poblado polvoriento de la carretera. Entonces te obligaban a orinar en un baño asqueroso e inundado de agua por todas partes, para que no pidiera detener la marcha más adelante. Luego siempre había un jugo o una galleta. Y veías a los adultos estirar las piernas y discutir y bromear al mismo tiempo sobre cuanto faltaba. Y aunque los escucharas con claridad tenías curiosidad y ganas de preguntar: “¿cuánto falta?” y te decían, pero igual no entendías de kilómetros y la duración de las horas no era a lo que dieras validez porque sencillamente sabías que si te habían hecho orinar era porque faltaba aún un trayecto importante de esa carretera infinita. Y reanudábamos la marcha. Y la mano salía por la ventana. Primero sacaba solo la mano. Luego la osadía llegaba hasta el codo entero. Entonces el viento sumado a la velocidad me estiraba el brazo hasta topar con el borde de la ventana y la metía de inmediato. Con la misma rapidez me reprochaban la acción aduciendo que otros niños habían perdido la mano por tal imprudencia. No me constaba que algún niño hubiese perdido la mano en un accidente semejante. En siete años no recordaba ningún pequeño de mi edad sin brazo, mano o falanges faltantes. Y en medio de aquellos pensamientos bajábamos la velocidad para cruzar un puente y el carro se orillaba y se detenía por completo. Felices caminábamos al río. El agua por lo general era transparente y dejaba ver las piedras del fondo y tampoco era muy profundo y parecía que había sido diseñado para mi edad. Y yo caminaba entre las piedras y me sentaba en alguna que dejara que el agua me cubriera hasta la cintura. Me acostaba boca abajo en el agua y sumergía la cabeza sujetándome con ambas manos de piedras fuera de la superficie. Ahí jugaba a que estaba buceando en las profundidades más lejanas. El agua, como el viento por la ventana, daba un sentimiento total de libertad y alegría. No había ataduras ni reproches. Y el agua me mojaba el cabello que cambiaba de forma y me transformaba en otra persona. Después salía a la orilla y me cubrían con una toalla. Sentado debajo de un árbol almorzaba algún emparedado de queso con jamón. Nos vestíamos y regresábamos a la carretera. Y ahora subía el vidrio porque el viento me daba frío y al mismo tiempo era testigo de un atardecer enrojecido y azulado que daba paso a la más oscura noche. Sabía que el destino no existía y que permaneceríamos en aquel vehículo para siempre. Si había más ríos adelante al día siguiente no me importaría en absoluto. Pero cuando aceptaba con alegría que viviría para siempre en aquel carro, bajábamos la velocidad en otro pueblo polvoriento y nos adentrábamos en él hasta llegar a la casa de algún familiar, ese era el destino. Ahí era de noche para comer tortillas, tomar chocolate caliente y escuchar historias de miedo a la luz de velas en un patio enorme lleno de hamacas. Y dormía en una cama gigante en una habitación diminuta con ventanas de madera gruesa que rechinaban con el viento agreste y saludable del campo. Definitivamente en aquellos días la libertad tenía otro significado.