Tengo una nueva afición.
Me gusta comer cebollas crudas.
Sí. Les voy quitando la piel y me las como enteras.
La primera persona a quien se lo confesé me respondió con un rotundo gesto de asco.
Yo seguí igual, comiendo un jugoso pedazo de ese vegetal picante.
Yo veo a las cebollas de manera diferente, las veo como una fruta que fue rechaza del cesto de manzanas por su albinismo y sabor picante, que no llegó a encajar entre las peras porque ellas son racistas y casi la linchan.
Creo que las cebollas entre tampoco se llevan mucho con los demás vegetales que cuando crudos no pican como ella.
La deliciosa cebolla pone a llorar a muchas personas cuando la pican y la preparan, a mí no me hacen llorar las cebollas, a menos a que me la tiren en la cabeza y me irrite un ojo.
Cuando muerdes una cebolla fresca lo primero que sientes es el jugo delicioso. Es dulce al principio. Luego el sabor desaparece y llega un picante como nunca lo habrías podido probar jamás. Es un sabor asfixiante. Las fosas nasales empiezan a emitir leves secreciones, indicativo de que el placer de la cebolla te inundó por completo.
No existe, al menos no he experimentado, un sabor parecido.
Cuando la cebolla se cocina pierde un poco ese picante que creo me he vuelto adicto ahora. Al momento que la cebolla está en una hamburguesa por ejemplo o en una ensalada cualquiera, su piel es deshilachada y aquel delicioso sabor preñado de locura picante se diluye en la lengua y pasa desapercibida.
La cebolla es deliciosa. No puedo hablar así por supuesto del brócoli. Uuuf! ese horrible vegetal de cabellera alocada emite un olor tan desagradable cuando se hierve. Realmente apesta. Cuando se combina y casi pierde todas sus características verdes en una crema de brócoli ahí sí la paso, de otra manera es imposible de tragar.
Por ese sabor del brcoli, que lamentablemente gusta a muchos, es que yo voy quitando poco a poco la ropa de la cebolla y la saboreo hasta el final.
Realmente confieso mi adicción: como cebollas crudas.