lunes, 7 de junio de 2010

Mi historia con los Mundiales

Se viene el mundial de fútbol y me llegan muchos pensamientos atorados en la cabeza. Recuerdo aquel pelotazo en el estómago que recibí cuando tenía quizás cuatro años. Mis hermanos jugaban rabiosamente al fútbol sin cuartel en un pequeño portal de la casa. Yo los veía sentado sobre la baranda. No recuerdo bien cual de los dos dio la patada final que elevó el balón a la altura de mi estómago. El golpe fue tan brutal – y esto es lo que recuerdo por esos juegos díscolos y autoritarios de la memoria, advierto – que di una vuelta entera en el aire y caí del otro lado de la baranda. Mi muslo derecho llevó la peor parte porque cayó sobre un pedazo de hierro. No sé si lo contaron como gol, pero fue tremendo pelotazo. Después recuerdo los partidos de fútbol en la parte de atrás del patio de la casa y los manchones de redondos chocolates que dejaba el balón por patearlo contra la pared.
El primer mundial que recuerdo a plenitud fue el de México 86. La melodía de la canción de ese año la recuerdo a plenitud, aún la escucho a veces cuando veo el número escrito en alguna parte. “Página 86...” (y mi mente me dispara “México 86! México 86!,”) etc.
De aquel mundial recuerdo que toda la familia le iba a Argentina. Todos, excepto mi papá que se encerró en el cuarto de atrás a ver al equipo que a él le gustaba: Alemania.
El narrador se la pasaba hablando del “pibe de oro, el pibe de oro!” y nosotros gritábamos gol! Y toda la barriada gritaba gol! Y el mundo enteró supo de qué era capaz Diego Armando Maradona.
Después recuerdo los largos y disparatados partidos de fútbol en la escuela primaria. Las batallas eran campales, y digo batallas porque no eran partidos. Tu temías que la pelota que cayera cerca porque venía un aguacero de patadas y algunos empujones que trataban no de hacerse con el balón para anotar el gol, sino sencillamente de patearlo como una cabra loca para que siguiera rodando y tu pudieras correr y seguir pateando a los demás y empujar a quienes te caían mal.
Entonces llegué a la secundaria y los partidos no eran muy diferentes; sólo que en la generación que me tocó, en mi salón al menos, había seis o siete chiquillos que representaban al equipo juvenil del distrito. De este modo, primero no te daban nunca el balón – algo que me tenía sin cuidado – y segundo los encuentros terminaban 21 a 0, 20 a 1 y cosas por el estilo, con marcador siempre a nuestro favor.
Una sola vez recuerdo haber hecho algo sublime: estábamos ganando como siempre 9 a nada, cuando el otro equipo se hizo del balón y empezó el ataque. Yo jugaba defensa/centro/ pero nunca me pasaban la bola. De pronto veo que este tipo (el único que jugaba bien del otro salón) viene en mi dirección para quedar solo ante la portería. Como el veía que nunca me pasaban el balón imaginó que yo no haría nada más que verlo jugar con el balón. Así que acometió un pequeño bailecito con el balón. Le ponía el pie a la pelota encima y lo cambiaba a su gusto. Yo lo vi y me pareció extraño que quisiera tratarme de idiota. Lo único que hice fue patearle la bola. Peló los ojos cuando vio que ya no la tenía. La perdió contra mí! Yo hice un pase que se convirtió en un irremediable gol. Aunque esa jugada significó la aprobación de la clase igual seguían sin pasarme el balón. Ah me daba igual. Siempre ganábamos igual.
Luego recuerdo el mundial de Italia 90 y mi vaso de Alemania que en secreto y en público se ha convertido en uno de mis equipos y que además se llevó la copa ese año, justamente contra Argentina (que igual me gusta).
También recuerdo los encuentros contra David en un deporte que podríamos llamar “fútbol todo-terreno”. Sacábamos el balón y lo pateábamos por alrededor de la casa sin ton ni son. Sencillamente por diversión, aunque lloviera estábamos pateando esa pelota que la mayoría de las veces estaba desinflada.
Llegó el mundial del 94, yo me graduaba de secundaria y ya no jugaba al fútbol en ninguna de sus formas por desgracia. Ese año no hay muchos buenos recuerdos: sacaron a Maradona por drogadicto (aún me acuerdo su cara descolocada los ojos fuera de órbitas después de anotar un gol contra Grecia creo, la imagen sola bastó para que la FIFA le hiciera un doping del que salió positivo).
El mundial del 98 me encontró en la Universidad. También casi a un año de terminarla. Ese año la mitad del país era fanática de Brasil. Yo no recuerdo nunca haberle ido a esa selección. Le iba a Francia en la final. Y ganaron. Recuerdo un letrero escrito a mano en un tablero “Brasil 0 Francia Trampa”.
En el año 2000 viajé a España a estudiar y a divertirme. Ahí vi jugar a la selección española de Raúl, Puyol, Casillas y Hierro... Lo más impresionante fue ingresar al Santiago Bernabéu y ver el verdor de la cancha. Estuve en vilo por varios minutos. Subí a mi puesto con mi amigo argentino y su novia uruguaya. Y a pesar de que el estadio estaba casi a capacidad (75,000 a 80,000 personas creo), ahí estaban nuestros asientos. Antes de sentarme vi que había un cuadrado perfecto color rojo en mi puesto envuelto en un plástico. “¿Para qué es esto?” pregunté. “Che! Esperá que chegue el himno loco!”. Y así fue. Empezaron las notas de aquel himno nacional y vi cómo yo era un cuadro más de una enorme bandera española que cubría todo el estadio.
España estuvo impresionante en ese partido. Ni una sola falla. Recuerdo solo que en el segundo tiempo en el estadio nadie parecía hablar. Solo se escuchaba el estruendo de 75,000 u 80,000 emparedados abriéndose al unísono – debíamos haber comprado los nuestros! También recuerdo que había un grupo de extremistas con las cabezas rapadas que a cada gol español hacían la señal de los nazis a los pobres israelitas. La cosa se puso fea cuando la guardia civil la tomó contra ellos. Los extremistas arrancaron algunas sillas y se las tiraron a la policía. Ellos cargaron con los que encontraron al frente. Una par de cabezas rotas y gente arrestada y la tranquilidad volvió al estadio.
Al final España ganó 3-0. Fue un partido que nunca olvidaré. Por eso, además de Argentina y Alemania, España es uno de mis equipos.
Para el siguiente Mundial del 2002 (ese que se jugó en una sede extrañísima “Corea/Japón”) yo trabajaba para una agencia internacional de noticias llena de personas que lo único que les interesaba era el mundial. Además, en un país embelezado con partidos de fútbol no hay muchas noticias que reportar. Los horarios de los partidos eran completamente locos. Empezaban a la un o dos de la mañana y seguían a las cuatro y luego otro a las seis de la mañana. Quizás alguno que otro se jugaba a las ocho, pero eran los menos. De modo que no importaba si llegabas tarde porque te trasnochaste por ver un partido o porque te tomó más tiempo salir de casa, estabas viendo el mundial y era comprensible.
Ese año la selección española fue eliminada por una Corea del Sur que siempre pareció ser ayudada por los árbitros.
Ah pero yo tenía un equipo en la final: Alemania vs Brasil. Pero Brasil tenía una selección llena de monstruos y se llevó la copa de nuevo.
Para el 2006 recuerdo haber tenido muchas expectativas. Una de ellas era ir a Alemania (la sede) para verlo. Empecé clases de alemán de las que recuerdo bastante cosas como “Ich weiss nicht!”. Pero no pude ir. Ese año Brasil trajo algo que denominó el “jogo bonito”, más bien impulsado por Nike. Panamá entera estaba con Brasil, yo no. Francia los eliminó en octavos de final y yo lo celebré a plenitud. En esos mismos octavos Alemania eliminó a Argentina en penales. No me dio tanto dolor porque era Alemania. Que al final fue eliminada por Italia que se fue a la final contra Francia. Hacia el final del mundial me fui a Bocas del Toro y los partidos, el viaje de desentendimiento con la realidad primó sobre el gusto por el fútbol por primera vez. Recuerdo haber visto la final – que no me interesaba mucho – en un bungaló sobre las cristalinas aguas del Atlántico. Un montón de italianos celebraban. A mi me tenía sin cuidado. Estábamos a punto de almorzar un pargo frito y yo me moría de hambre y de sed cervecera.
Al año siguiente, para una navidad, le regalamos un Playstation a David. A los pocos meses jugábamos varias cosas como Grand Theft Auto, Mortal Combat y Juiced (un juego de carreras de carros de lujo), hubo algo de Godo f War I y II... pero todos esos juegos quedaron relegados cuando trajimos a la casa (en versión alquilada) el FIFA 2008.
Al día siguiente compré el FIFA 2009 y quedamos adictos al fútbol del Playstation. Y nos reuníamos grupos multitudinarios, cerveza en mano, y jugamos por un año entero. Hasta que llegó el FIFA10 y con el, el año del mundial.
Tan adictos quedamos del juego que cuando no lo jugábamos veíamos partidos que antes pasábamos un poco por alto (la liga Barclays de Inglaterra, la Bundesliga, el calccio italiano!).
Hoy, viendo los resultados de algunos juegos amistosos previos al mundial recuerdo aquel primer pelotazo en el estómago que me hizo volar por los aires.
Faltan tres días para el Mundial de Sudáfrica.
Ya no puedo esperar.