Varios días han pasado desde mi cumpleaño número 32. Sí ya llegué hasta allá.
A esta edad, haciendo un poco de retrospectiva, caigo en la cuenta de que llevo 20 años como devoto al rock. Dos décadas completas en las que descubrí sus raíces en el blues, saboreando cada lánguida nota de Robert Johnson, la decadencia de Elmore James y el agigantado frenesí alocado de Howlin' Wolf.
También me sumergí en el sonoro ponche de ácido lisérgico servido de la mano de Jimi Hendrix, quien se convertiría en mi definitivo intérprete favorito de todos los tiempos. Casi al mismo tiempo tuve la oportunidad de deleitarme con Led Zeppelin y Black Sabbath, dos bandas que sentí eran los dos pilares más importantes del rock. Recuerdo además a Testament, que llegó en un momento definitivo y cambió todo para mí. Luego llegó la poesía delirante en la catastrófica pero sincera voz de Bob Dylan, y de ahí lo demás. Me adentré en casi cualquier variante del rock, desde lo más normal hasta lo más repulsivo y de vuelta hasta donde me encuentro hoy: puro rock n roll.
Hoy ya no es necesario escuchar radio para conocer por donde anda el rock. Tampoco necesitas regrabar cassettes o discos de acetato para compartir tus grabaciones con los demás en un ritual que guardaba una tremenda mística lamentablemente ya desaparecida y que ponía a prueba la lealtad y la sinceridad.
La información llega de todas partes. Principalmente de internet, otros momentos de alguna bala perdida en televisión o del soundtrack de alguna película en el cine. Aún siguen apareciendo bandas de rock que continúan defendiendo el panorama con cada nota que expulsan. También algunos de mis ídolos que se mantienen con vida siguen dando lecciones de rock a las multitudes.
Pero, con tristeza hoy noto el surgimiento de ramas de la música pop cuyos intérpretes y seguidores insisten en catalogar como rock.
Tal vez sea un síndrome de la vejez, tal vez la claridad del pensamiento al encontrarme en la tercera década de mi vida o sencillamente el buen olfato el que me aleja de estos grupos en los que sencillamente no encuentro elemento de rock genuino. Son bandas que se agrupan en géneros a los que encuentro faltos de personalidad, excesivamente arropados en una atontada moda sin sabor alguno, sin escencia. La cadencia repetitiva de un tambor cualquiera en el fondo, el bajo intentando sonar rudo que termina en un lampiño quejido y la guitarra post-punk amaestrada para no asustar mucho a la gente, me resultan desagradables, como repulsivos encuentro el uso excesivo de los teclados y los guiños adormecidos a la música electrónica.
Los intertérpretes pasan de adolescentes que no han salido del High School Musical hasta modelos fracasados que no llegaron a la portada de ninguna revista.
Estos se reúnen primero para ver cómo se vestirán en público y luego si queda tiempo "componen" canción tras canción sin melodía alguna, sin emoción, sin nada genuino o propio, en un torpe intento por darle sentido a los lentes plásticos con rayas horizontales y que en definitiva, como aquellos, no sirven para nada.
Algunas personas dirán "claro, tú sigues escuchando a los mismo dinosaurios de siempre". Y debo decir que los prefiero porque esa fauna de animales prehistóricos tiene mucho más que ofrecer que esa atontada gama de chiquillos llorones.
El rock por fortuna siempre encuentra su camino y aunque lo intenten remodelar o retocar con fines puramente estilísticos, sale a flote a punta de puñetazos y patadas... Debo anotar que existen grupos nuevos que ya han empezado a dar la batalla, defendiendo el verdadero sentido de lo que es el rock: Black Tide, The Answer, Artimus Pyledriver, por mencionar a los que me llegan a la mente.
El rock es mucho más que una moda, un peinado, o la ropita acomodada... es un estilo de vida, un credo, una religión. El rock es todo. Lo demás no sirve.