martes, 26 de mayo de 2009

Desajustes, desintoxicación y meses de hastío

Anoche estaba detrás de una batería. No estaba completa. Tenía apenas lo necesario para hacer un escándalo capaz de dejarme sordo hasta hoy. Un enorme platillo ride, un crash con más de diez años tal vez, un bombo que se deslizaba hacia delante con cada golpe y un redoblante con el cuero roto que aún daba señales de vida. No había high hat. Dos tambores tenor le daban el toque final a su esperpéntica figura.
Arnulfo había conectado su guitarra a dos gigantescas bocinas. Son las ocho de la noche y estamos en su casa; por cuya ubicación el ruido no representa ninguna molestia para nadie.
- “¡Rómpete los oídos!”, me dijo.
Yo obedecí. Cada vez le pegaba más y más fuerte a aquella batería de segunda mano. En dos ocasiones me golpeé la mano izquierda durante uno de los ataques al ride.
- “¿Eres zurdo?”
- “No. Derecho. Es que así aprendí a tocar. Al revés”.
En realidad no sé tocar. La última vez que lo hice fue quizás hace diez años como mínimo. Y aún sueno como un adolescente enfurecido tratando de llevar con coherencia su rabia a través de algún ritmo paupérrimo y malogrado. Pero igual es divertido.
Y seguimos tocando cualquier cosa. Y el ruido empaña nuestros oídos. Pero las ganas de tocar persisten sobre cualquier molestia física. El bombo sigue deslizándose a cada paso.
Esta no era una práctica, ni mucho menos un intento de banda. Era la respuesta a una invitación díscola que aproveché para espantar el estrés, el desanimo y el hastío que me agobia últimamente. Ese desánimo que me ha llevado a plantearme una desintoxicación voluntaria por la pura diversión de hacer algo diferente. Las últimas dos o tres semanas he quedado borracho en medio de la semana. No ha sido muy bueno. Uno de esos días, un miércoles, había bebido vino durante una extensa cena hasta las diez de la noche, el resto fue una inundación de cervezas en un bar hasta las tres de la mañana. No pude despertarme a tiempo y cuando lo hice me sentía completamente ebrio. Me había golpeado debajo de la rodilla y en la mañana me dolía como si me acabaran de golpear con un bate de aluminio. Y así seguí todo el día, apestando a alambique puro, a borrachera.
Un día después ya estaba bebiendo de nuevo. Y pasé el sábado bebiendo y el domingo también, y luego el lunes y martes me contuve, pero llegó el miércoles nuevamente y ahí estaba en un bar viendo un juego de fútbol con un cubetazo de cerveza solo para mí.
Pocas horas después de las nueve de la noche me mudé de sitio y estaba nuevamente en aquel bar, el del gorila que toca la guitarra.
No se suponía que me quedaría mucho tiempo. Era la noche de Alfredo y muchos viejos amigos atendieron a su llamado. Vi amigos que no veía desde hacía años juntos en el mismo lugar y todos recordamos lo bueno de los viejos días y bebimos un poco más de alegría. Hacia la una de la madrugada me percaté que las cosas desembocarían a lo mismo de la semana anterior. Entonces alguien me convidó a quedarme un poco más. Pero logré irme antes. No desperté tan mal, pero ya venía el fin de semana. El viernes y el sábado fueron una exageración etílica. Especialmente el sábado cuando probé dos caipiriñas, sorbos de whisky y vodka, y mucha cerveza. Todavía tengo el mal sabor en el paladar y el recuerdo del descomunal dolor de cabeza. Pero no es por eso que decidí parar (de nuevo como lo he hecho varias veces antes), sino por puro aburrimiento.
Las cosas no pueden seguir igual. A veces hay que darles un tirón y cambiarlas de sitio. No prometo hundirme en la abstinencia. Sólo trataré de reducir las dosis a parámetros más coherentes, a niveles que mi hígado pueda responder.
El domingo lo pasé horrible por aquella ácida resaca que te aniquila y te deja inservible. El patético lunes llegó de nuevo. Acepté entonces aquella invitación para romper la rutina. Y ahí estuve por espacio de poco más de una hora, dándole al ruido, con mi viejo amigo alcanzando niveles inauditos de ruido en la guitarra. Terminamos y me fui a mi casa. Hoy es martes. El hastío se prolonga y me comprime. Amanecí con dolor en la garganta. Sin sucumbir a la paranoia de la famosa fiebre de nuestra era, me tomé dos pastillas para la inflamación. Dormiré bien esta noche y con eso evitaré repercusiones. Continuaré mi plan. Se avecinan cuatro meses de lo mismo. Me ha tomado casi tres semanas volver a escribir, aunque estoy leyendo más. Los días siguen en una sucesión aletargada y gris. La lluvia refresca pero no ayuda. Mi plan necesita ajustes.