lunes, 6 de abril de 2009

Viernes. Rock. Dolor de cabeza. Celebración. Que delicia es vivir.

Esto fue lo que mató a G.G. Allin. El fin de semana se avecinaba y con él una fecha que para mí merece un espacio en la historia. Al menos la mía.
Era el cumpleaños de Tony y había que celebrarlo con todo lo que tuviéramos a mano. Él mismo dio instrucciones precisas de lo que tenía en mente: un concierto en un bar en donde muchos de sus amigos participaran y él tocaría la batería. La idea era sacarle el jugo a esos temas que él disfruta con rabioso y amargo placer. Hicimos propuestas y las sometimos a consenso general. En un momento levanté la mano, sentado en un sillón en el balcón de mi casa, en donde se fraguan todas las fechorías, y dije: “y yo canto una canción de Danzig”. “Sí, esa es buena”, coincidió Tony. “¿Cuál?”... eh “Twist of Cain”. Las cartas estaban sobre la mesa. Se le pidió a Rafa que cantara Tool y Faith No More. Aceptó sin preguntar. David tocaría el bajo, en la guitarra Abraham un rato y otro Pumpil. En las demás vocales quien se atreviera. Por ahí salieron al final algunos incluso voluntarios anónimos.
Se necesitaba un acto que abriera las puertas de ese infierno pasajero que estábamos planeando. Abraham se ofreció. “Que toque Grannada!”. Listo. Aprobado. La reunión del balcón acabó con risas y se selló con unas cervezas. Jugué de nuevo fútbol FIFA en Playstation. No fue una buena noche. Perdí y me fui a dormir.
Ahora tenía una misión. Cantar de nuevo. “¿Y ahora cómo hago?”. Escuché la canción varias veces. Intentaba cantarla y aunque las notas graves me salían bien no estaba muy seguro de los gritos y notas más agudas, que las hay.
El viernes llegó. Faltaba un día para el concierto que sería en Épocas, sucursal del infierno para los efectos. Yo continuaba un poco ansioso. Temía que saldría todo horrible defraudando a Tony en el día más importante de su año.
Esa noche todos los músicos que estarían el sábado en el bar pasaron al apartamento. Yo traía siete cervezas de una cena previa que coronaba un día de arduo trabajo debajo de un sol que me tiñó de rojo la piel. Cómo me dolía. Ahí bebimos hasta las dos de la mañana. Me senté en un rincón y cerré los ojos involuntariamente. Estaba más cansado que borracho aunque llevara catorce cervezas en mi sistema. Me retiré sin decirle a nadie para evitar el escarnio y que se me utilizara de muñeco de año nuevo. Me acordé que no había practicado la canción apropiadamente. Me dormí sin acordarme de nada más.
Ya el sábado empecé a beber hacia las siete de la noche. A las once y media me dirigí con Abraham al bar. Tony estaba sentado afuera. Rodeado de gente. Usaba una corona de cartón. El rey amargo estaba de cumpleaños y todos fuimos por un día un séquito de seguidores para rendirle pleitesía. Yo estaba feliz.
Abrió Grannada. Empezó, como había sugerido Abraham, con los temas más suaves para imprimir la energía al final. Lo hicieron. El sonido era perfecto. Sonó con la precisión de un reloj suizo pero con la violencia de una paliza con bates a mediodía. Muchos agitaban la cabeza, yo entre ellos, al ritmo de los temas. La banda no daba respiro. Terminaba un tema y entraba el otro. Creo que el único momento fue cuando se detuvieron para dedicarle un “feliz cumpleaños" a Tony. Eso fue todo. De regreso a la paliza.
Después hubo más tiempo para respirar afuera. Beber más y saludar. Esa noche noté algo curioso. Los conciertos o toques de rock a los que atiendo en Panamá son como los funerales: todo el mundo viste de negro para saludar a personas que no veías en años. Y así fue. Hola cómo estás, bien, qué es de tu vida, tanto tiempo, etc.
Al rato arrancó el momento del tributo. Los nervios, a pesar del alcohol, me instaban a claudicar por momentos. No estaba nada seguro, pero lo ocultaba riéndome e ignorando el hecho de que tendría que cantar.
La banda arrancó y Tony estaba exultante de alegría. Lo vi azotar esa batería con agresividad. Al fin abandonaba aquellos repetitivos y pusilánimes “covers” de siempre para darle rienda a lo que de verdad es bueno. Rafa estuvo impecable en Stinkfist de Tool y erizó a varios que en estupefacción idolatrante lo vieron ejecutar a la perfección “The Gentle Art of Making Enemies” de Faith No More. Cuando concluyó hubo un escándalo de aplausos y gritos. Llegó mi turno. Abraham me llamó por el micrófono.
Me acerqué y lo saqué del stand. Las manos me temblaban. Puse la letra de la canción en un atril. Rafa me advirtió: “Hey el viento está violento y te la puede volar”. Lo que me faltaba. Era cierto. Un abanico volaba las hojas del atril. Glup.
Abraham arrancó. Y se acabó el miedo. Empecé a sacudir la cabeza tan fuerte como pude. No veía nada. Cuando levanté la cabeza lo hice para darme con la mano del micrófono. “Pum, pum, pum”. Y empecé a cantar. Le di a todas las notas. Estaba fuera de mí. Al rato miré a Abraham. Lo vi feliz. David también. Se soltó el pelo y no falló una sola nota. Y miré a Tony detrás de la batería. No olvidaré la expresión de felicidad. Me di varias veces más en la cabeza con el micrófono. Lo encontré divertido. Terminó la canción y hubo aplausos y vítores. Abraham me comentaría después que vio a una mujer bailar poseída cerca de una mesa de billar y a la gente mover el cuello y alzar los brazos con violencia. David le hizo señales a Abraham. “Paranoid pues!”. Abraham lo miró estupefacto. “¿Quieres que Tavo se reviente la cabeza?!” “Dale!”. Y tocamos Paranoid. Pum, pum pum. Sonó de nuevo el micrófono. Yo lo cubría con las manos de modo que era difícil que me reventara la cabeza. Al día siguiente encontraría varios chichones. Pero valió la pena. Todo era de alegría. Todo era para celebrar con Tony. Y lo hicimos. La noche terminó a las cuatro en el restaurante 24 horas de siempre. Me dormí a las seis de la mañana. Había sido un día excelente. Creo que volveré a cantar.