martes, 21 de abril de 2009

Pelea de sábado por la noche: Tinku en Pavo Real

Tinku es un ritual practicado en el norte de Bolivia que consiste en liarse a puñetazos hasta que el contrincante queda inconsciente. La palabra procede del quechua “encuentro”. La mayoría de las peleas se desarrollan entre hombres, aunque en ocasiones se involucran mujeres y niños. El consumo de “chicha” en proporciones desmedidas durante este ritual provoca riñas multitudinarias, heridas graves y ocasionales muertes.
De no ser porque no eran bolivianos sino panameños, no se bebió “chicha” sino cerveza, y de que no hubo ningún inconsciente o muerte ocasional, se podría decir que el sábado en Pavo Real tuvo lugar un Tinku.
Se celebraban los doce años de Rencilla y para la ocasión se reunieron Juventud Podrida, GranNada y Cabeza de Martillo.
El show lo abrió el quinteto Juventud Podrida. Coros violentos a dúo, distorsión a la quinta potencia y un baterista que le daba a los cueros con una violencia descomunal. Cada una de sus canciones parecía ser más ruidosa que la anterior. Son nuevos y van por buen camino. Cuando terminaron tenías que sacudir la cabeza un poco por el riesgo de permanecer aturdido el resto de la noche. Bueno, al menos yo, que acababa de salir de un letárgico sábado durante el cual dormí por largas horas.
Ya llevaba mi quinta cerveza y continuaba charlando en la barra. Ocasionalmente alguien se acercaba con un chiste nuevo, una anécdota o un comentario sarcástico acerca de aquellos nuevos peinados de la juventud que se paseaban una y otra vez dentro del local. Vi a dos muchachas usando un peinado tipo estatua de la libertad que me parecieron de lo más divertidas. Hasta ese momento la noche transcurría con total normalidad.
A los pocos minutos – después de los saludos y las fotos de rigor – se subió La Maldita GranNada. Es imposible quedarse inmóvil cuando los escuchas. De hecho noté que muchas personas entraron al local apenas percibieron las notas del primer tema. La mezcla de violencia comprimida con los riffs a quemarropa de Luchín y Abraham, el incisivo bajo de Tono y el galopante frenesí de Henry en la batería envolvió al Pavo y lo hicieron cacarear varias veces. El rock bien tocado fue agradecido por un público que recibía exactamente lo que anhelaban: un show de rock duro y con todo.
GranNada terminó y con ello otra pausa para acompañar a mis amigos que fuman afuera, gracias a aquella norma que prohíbe hacerlo en lugares confinados. Igual, un poco de aire fresco siempre cae bien.
Al poco rato estábamos dentro de nuevo. Esta vez me cambié de sitio, en principio porque perdí mi silla en la barra. Me situé detrás de la consola, muy cerca de lo que pasaba en un escenario que ya se perfilaba caótico.
Era el turno de Cabeza de Martillo y las cosas se pondrían violentas. No habían pasado ni dos minutos de su primer tema y ya se abría un mini círculo enrarecido y loco frente al escenario. Muchachos jovencitos y otros más veteranos compartían alegres codazos y los populares empujones del más sano slam. Sin embargo, alguien le estrelló un objeto de vidrio (se sugiere que fue un vaso) en la cabeza a Durmada Damana Das, cantante de Rencilla. Esto fue tremendamente desafortunado, como un golpe bajo en una pelea legal, como un empujón desprevenido escaleras abajo y tan peligroso como un tiro en la oreja. Quiero decir, tú no le rompes la cabeza a quien te invita a una fiesta. Además, hasta donde tengo entendido, el señor Das es un ejemplo de paz y armonía, así que quien lo hizo debe estar mal de la cabeza o al menos lo estuvo momentáneamente en nombre de la involución y la incoherencia. No me di cuenta cuando sucedió. Ni siquiera pude ver bien debido a que Pavo Real tiene una inconveniente columna que lo cubre todo en el centro. Apenas seguía divisando los desajustados empellones a diestra y siniestra frente al escenario.
Debo admitir que para mi gusto y como invitados legendarios de la noche, Cabeza de Martillo estuvo impecable. La banda explayó su credo de anarquía, destrucción y desinhibición e hizo que todo el local se hundiera en un éxtasis de gritos, coros, empujones y saltos descontrolados. El ambiente estaba a un paso de salirse completamente de control y transformarse en una de esas peleas del Oeste en donde lanzan a alguien por la barra y otro se guinda de los candelabros. Estábamos al borde del Tinku. De hecho, desde donde estaba, pude presenciar como un tipo sujetaba con violencia a otro que trataba – en medio de aquel caos – jugar pacíficamente al billar. Lo hizo varias veces. Las primeras esta medida de fuerza terminaba en un amable abrazo, como dos amigos que juegan violentamente. Al poco rato noté que lo hacían ya más en serio que en broma. El jugador estaba completamente ebrio y la chica que lo acompañaba trataba de sacarlo del local antes de que se desatara una verdadera rencilla con aquel tipo que lo agarraba por el cuello cada vez que se acercaba a su lado. La última vez que sucedió, el jugador de billar no se estaba riendo, estaba molesto. Volví a mirar al escenario por un segundo y cuando regresé a la mesa de billar el jugador y su amiga habían salido del local. Una pelea menos. Cabeza de Martillo terminó su castigo con “Invasión”. Había heridos por todas partes. El peor de ellos trataba de parar la hemorragia en su cabeza antes de subir al escenario.
Salimos por un poco de aire, pero el aire era otro. Una amiga me comentó que afuera hubo una batalla. Le cayeron encima. Le lastimaron un brazo que tiene resentido. Tenía que ver con lo del vaso en la cabeza. Sorbimos más cerveza para continuar comentando lo incoherente y violento de aquella atmósfera. En cuestión de minutos observé que en el escenario estaba todo listo para Rencilla. Ellos tienen en su sitio Web un slogan que me pareció se ajustó a la perfección con lo que sucedía esa noche: “Sólo los fuertes sobreviven”. Y así fue. Das estaba en el centro del escenario sujetándose aún la cabeza para detener la sangre. Y arrancaron con todo. El grupo sacudió el polvo del piso con un hardcore filoso y directo. El público nuevamente enloqueció. A la tercera canción se desató una nueva pelea. Esta vez provenía del centro de aquel círculo de codazos que se abría frente al escenario. Vi a un tipo empujar con violencia a otro. Manotazos, empujones, el menú de plástico de una mesa rebotó en una cabeza. Nos alejamos de la mesa que ocupábamos para dar paso a la refriega. Alguien trató de servir como mediador. Llegué a escuchar los dos más grandes clichés del boxeo callejero: “te voy a romper la cara” y “¿ah sí, tú cuántos más?”. No pensé que esas cosas se dijeran todavía. De hecho, si esos eran los términos verbales de la pelea no me hubiese extrañado que se cuadraran como lo hacían en 1900, con los puños hacia delante y los codos bien alzados. Por fortuna el asunto no pasó más que de insultos y un par de empellones. Rencilla atacó de nuevo. El publicó saltó, coreó, bailó un poco más, pero ya sin peleas. La noche había terminado. Hubo sangre pero no ambulancias, no eran necesarias. En el rock todo se resuelve a gritos y bebiendo. Terminé mi última cerveza y me retiré a un desayuno tempranero hacia las dos de la mañana. El domingo se avecinaba. Era hora de irse dormir.