jueves, 30 de abril de 2009

¿Cuántos techos habrá sobre mí?

Me acosté. Abrí los ojos. Conté cuántos techos había sobre mí. Uno. Todavía uno. Indicativo de que todo marcha bien. Podré dormir con propiedad, no como dios manda, si por él fuera no dormiríamos. De pronto la cama se vuelve más chica de lo normal. Hace calor. Ya cerré los ojos pero me preocupa aún el asunto del techo. ¿Cuántos había? Abro los ojos. Uno. Todavía un único y pálido techo sobre mí. Vuelvo a la oscuridad interna. Siento que alguien me observa desde lejos. Me volteo hacia la pared. Abro los ojos. ¿Cuántas paredes hubo aquí antes? Quizás solo una. Resumo así mi pensamiento para evitar el insomnio causado por la fuga de elucubraciones inútiles. Ojos cerrados, mantén los ojos cerrados. Piensa en algo bonito. No hay muchas cosas bonitas en qué pensar. Abro los ojos. Vuelvo a mi posición original. Boca arriba, pecho arriba, manos a los lados. ¿Y el techo? Ya no está tan pálido tiene una imperfección. Es una araña. O al menos eso quiero pensar que es. Me caerá en la cabeza. Malditos insectos. Estarán en este mundo cuando se caigan estas paredes y se vuelvan a construir y se derrumben nuevamente y existan nuevos techos y muchas más paredes con interminables capas de pintura. Sí, los insectos estarán aquí hasta después de la segunda llegada de los dinosaurios y de todo aquello. ¿Tranquilo? Un poco. Me estaré quieto un rato más. Pero no puedo. Ahora empiezo a escuchar un ruido en la distancia. Se acerca. Parece el trepidar de miles de pies al unísono. Parece un ejército humano a caballo. Llevan armaduras, espadas, escudos, carretas con cañones, mucha pólvora. No dejarán a nadie vivo. Tumbarán la pared. Con lo que me costó pintarla de blanco. Si me cubro con las sábanas es posible que no me capturen. Si apoyo su causa existen posibilidades de que no me utilicen de ejemplo o de que me den una muerte rápida. Podrían subirse al techo. Los escucho aún más cerca. Sus pasos van un, dos. Ruido de caballos y el cuero de las monturas un, dos. Y el rechinar de dientes y el polvo debajo de los pies un, dos. ¿Cuántos serán? Cierro los ojos tratando de visualizar al ejército completo, al general que va en el medio con un parche en el ojo y la ropa raída de su última batalla. Los soldados son duros, tiene muchas cicatrices, pero están agotados se les ve en el rostro, en las manos, en los pies. Sigue el rechinar de dientes. Nadie tiene autorización de hablar ni de beber agua o preguntar nada. El general indicará su próxima acción. Quizás sea: “Destruyan todo, consigan comida, maten a los hombres y a los niños, traigan a las mujeres... las joyas y el dinero pertenecen al reino, el resto... es de ustedes!”.
Quizás empiecen por aquí. Quizás su punto de partida sea el techo y cuando la batalla termine alguien vendrá y lo erigirá de nuevo y otro ocupará mi lugar y volverá a aquella pregunta básica: ¿Cuántos techos habrá sobre mí?