Aquí vamos. Otro día brilla hasta que estalla en un calor sofocante. Es mediodía. La mitad de la jornada. Sábado. Día de cuentas y reposo. El cielo - como de costumbre - se vistió de celeste y blanco. La brisa no comparte las ideologías del sol y la humedad y me acaricia con compasión, parece que sabe cuánto calor haría sin ella. Ah! En conjunto esto es lo que hace un día radiante. Hermoso.
Acabo de desayunar en mi cafetería preferida. Fui feliz como siempre sabiendo que la gente detrás del mostrador sabe exactamente qué quiero y me sirven en un dos por tres.
De por medio el saludo efusivo, los comentarios sencillos, los chistes simples.
Una delicia después de sobrevivir otra semana de cotidianidad absurda en que las cosas tienen un orden y todo el mundo anda muy serio y recto. Donde todo es "importante, importante... o urgente, para ya".
Heme aquí sentado en mi cafetería favorita. La gerente o administradora (probablemente más de lo segundo dadas sus características de "wanna-be-gerente") está molesta.
Parece que ha sido una mañana en que ha tenido aterrorizados a mis amigos. Ella es una señora diminuta. El ceño fruncido, rabioso, buscando motivos para empezar una discusión.
Mira con desagrado un contenedor frente a ella en el piso, detrás del mostrador.
Una de las camareras del lugar, una señora con la que poco había tenido contacto la mira con desagrado. Voltea la mirada adonde me encuentro sentado en mi taburete al lado de la barra y murmura "no la aguanto".
Me provoca una risa inmediata cómplice que ella agradece devolviéndome una sonrisa. Quizás soy el primero con el que ella "se queja" y mi reacción el mejor antídoto para un día espantoso.
Es todo un universo ahí dentro en ese espacio detrás de la barra en forma de herradura rodeada de taburetes.
Por lo general hay dos o tres señores que son los que preparan los emparedados y toman los pedidos de la barra.
Los otros tres son dos mujeres y un tipo que atienden las mesas. Los que se sientan a las mesas no tienen idea de que cuando te sientas en la barra te atienden más rápido.
Pido café, jugo de naranja, bistec encebollado y dos huevos fritos con tostadas. Ah! maldición así uno empieza un buen día. Con el estómago exultante de alegría!
Los murmullos y risas de complicidad continúan. Esta señora realmente les está dando un día complicado.
Los reune y les dice "Aquí va esto...", "esto lo tienen que poner aquí...".
Pierdo interés en el discurso y de pronto, tengo a la camarera al lado mío sacando vasos de una despensa. "Ay no dios mío, ¿hasta cuando?". Murmullo. Risita. Qué gran día. Pido la cuenta. Me la da traen. De inmediato pregunto: "¿y el policía?".
Más risas. Son esos los chistes simples que hacen más brillantes los días.
Dejé mi propina y me fui. Ahí quedaron con su día, sus clientes, su órdenes, su club sándwich, y esa administradora que no deja de gritarles.
Yo me fui. Compré cerveza y me senté a escribirles lo que acaba de pasar.
El día sigue brillante.