viernes, 29 de junio de 2012

Activado y con saldo


Activado y con saldo: Con esta frase lapidaria de fácil comprensión, altamente fanfarrona y al mismo tiempo de una sencillez que raya en la ignorancia popular, vuelvo a escribir.
Lo dejé todo cuando hace un par de meses entré en pánico.
Un médico sacó un revólver y me lo puso en la frente.  
Me advirtió que sería cuestión de tiempo hasta que apretara el gatillo y todo por cuanto había subsistido volaría por los aires.
Enfilé a mi casa con una preocupación mayúscula y siguiendo las recomendaciones del galeno que me había visto momentos antes.
De súbito absolutamente todas las cosas y personas que me rodean tomaron otro cariz. 
Me plantee la pregunta universal de qué sucederá conmigo una vez que termine el camino.
¿Se estaba terminando todo para mí?
¿Era este el final del trayecto? ¿En serio?
Postración mental absoluta.
Sí, entro en el melodrama y la autosugestión absurda en grados mayúsculos en momentos erráticos.
Embebido en esas elucubraciones torpes y sin sentido llegó la gripe.
Curiosamente estaba feliz de que aquella sensación de enfermedad no suponía mi final, sino una puerta de salida hacia una suerte de liberación de preocupaciones previas.
Tomé mi tiempo y esperé.
Estaba enfermo.
Mi universo fue mi cama.
La fiebre iba y venía.
Me lo aguanté todo bajo la advertencia de que algunas medicinas podrían disparar mi preocupación a niveles peligrosos.
Seguí resistiendo.
Cambié mis hábitos alimenticios a sugerencia médica.  El té sin azúcar se volvió mi adicción.
Si echara en una piscina olímpica la cantidad de sopa que bebí en este período podría fácilmente rebasarla.
Mi cerebro dejó de plantearse torpezas.  Y un día empecé a sentirme mejor.  La gripe no importaba.
Cada día todo se veía más claro.
La gripe se alejó y como el océano arrastró todos mis pensamientos.
Ahora quedé con el cerebro en blanco.
No pienso en nada.
Y lo más importante: Ya no pienso en nadie.
Me encontré con que aquel muro que tenía impregnado de rayas sin sentido y manchones de todos colores quedó de blanco mármol.  Y me regocijé. 
Por primera vez en muchos años – quizás desde mis días en la escuela secundaria – no me encontraba en una situación semejante.
Lo que me quedaba era seguir adelante. 
Con los días reparé en que había desprevenidamente dejado una sobrecarga de equipaje innecesario.
¿Qué pesaría más: mi peso físico o mis preocupaciones?  Creo que lo segundo.
Luego, de súbito, el médico guardó el arma.  Ya no era necesaria la amenaza y ahora podría continuar mi camino.
Y lo hice. Y lo hago.
Existen pocas cosas que me interesen ahora mismo aparte de la música y la lectura.
Mi familia está ahí y es el mejor soporte que exista jamás y por eso creo estoy más feliz aún.
No quiero cantar victoria porque nunca me ha gustado cantar victoria antes de que termine un partido.
Esto no ha terminado. 
Fue un primer medio tiempo bastante difícil.  Pero creo que este cambio en la defensa, en las laterales y la delantera mantendrán a mi equipo a flote. 
Me he encontrado con mucha gente desde que mejoré.  Algunos reaccionan sorprendidos al verme. Se alegran.  Y yo también.
Alguien me preguntó: “¿Y cómo te sientes?”
Y no dudé en usar aquella frase que una vez vi impresa en el vidrio trasero de un taxi: “activado y con saldo” – que no es más que otra forma de decir: “Estoy bien ¡Gracias!”.