sábado, 7 de julio de 2007

¿nací para esperar?

¿Acaso nací para esperar? He pasado dos horas en consultorios médicos por atención. He esperado varias semanas porque me llegue música por correo. Un día esperé por alguien casi todo un día. No valió la pena. Aunque algunas veces vale la pena esperar. Un día esperé cinco horas para cantar con mi banda de rock de entonces. Sentí que fue un completo fracaso. Al final vitorearon a otros grupos. A nosotros los tímidos aplausos de siempre. Creo que empecé mi carrera de periodismo para seguir esperando. Un día esperé cuatro horas por la conclusión de una reunión. Mis colegas se aburrieron y se fueron. Yo y otro compañero tuvimos la dicha de esperar al final. Salimos primero con la nota. Ahí valió la pena. Si hiciera dinero, al menos un dólar, por cada hora o minuto que he esperado por algo, sería multimillonario. Es gracioso como en algunas ocasiones (sabiendo que no quiero) quedo esperando por algo. "Ah, bueno tú nos esperas aquí y nosotros te recogemos en un ratito"; y bum, quedo esperando de nuevo. Sentado en escaleras, pasillos, caminando de un lado a otro de una calle, dentro de un carro (a menos a que tenga música puede hervirte el cerebro, en especial si vives en un país con tanta humedad como el mío); también he esperado dentro de tiendas en centros comerciales, afuera de un cine, en salones de clase, en muelles. No tengo carro, pero si compro uno puede ser que termine eliminando algunas de esas esperas; la del taxi por ejemplo.
Las esperas no son tan malas. Te ayudan a pensar. Te recuerdan que olvidaste algo. Te preparan para tus encuentros porque existe más tiempo para repetir las líneas que dirás. Espero, espero y espero. Espero que algún día deje de esperar. Espero no tener que esperar más. La esperanza es lo último que se pierde.